El personaje

Jordi Pujol: "Ni resignados ni engañados"

La figura política nacionalista con más peso entre Cataluña y Madrid, retorna con una calculada estrategia. «Es la resurrección de Pujol», dicen en el mundo independentista

Ilustración Jordi Pujol
Ilustración Jordi PujolPlatónLa Razón

Ha vuelto con fuerza, con una arenga hacia los suyos que no tiene desperdicio. El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol i Soley, el hombre que durante dos décadas tuvo todo el poder en sus manos, ha pasado de ser un apestado por la corrupción de su familia a referente de los círculos soberanistas. A sus noventa y dos años, con todo un calvario judicial a sus espaldas, el gran patriarca de la saga es de nuevo protagonista en la vida pública.

Ha pasado largo tiempo desde aquel mes de julio de 2014 en que Pujol hizo pública su tremenda confesión de haber mantenido oculta una fortuna en paraísos fiscales de Andorra. Desde entonces se desató una cascada de ofensas, desencuentros, ataques, persecución en los tribunales y días de cárcel para sus hijos. Pero ahora las cosas han cambiado y el ya casi centenario Jordi Pujol, el presidente reverenciado, fundador de Convergencia Democrática, quien pactó con los gobiernos democráticos de Felipe González y José María Aznar, la figura política nacionalista con más peso entre Cataluña y Madrid, retorna con una calculada estrategia. «Es la resurrección de Pujol», dicen en el mundo independentista.

Superados algunos problemas de salud que le tuvieron apartado, lanza un mensaje sin destinatario concreto, que todos interpretan dirigido al fugitivo Carles Puigdemont: «Que no nos engañen, no podemos ser cándidos», sentencia el antiguo Molt Honorable Jordi Pujol a sus herederos, mientras recuerda aquel histórico Pacto del Majestic entre el PP y la antigua CiU que permitió la investidura de José María Aznar en 1996. Eran tiempos muy diferentes, con una clase política de altura, de los que Pujol recuerda se cumplieron algunas premisas, aunque no todas.

Contrario a todo tipo de violencia y favorable al diálogo, insiste en que ahora «es un momento histórico para un pacto histórico». En su opinión, aparte de las transferencias y la financiación autonómica, lo realmente importante es consagrar «la identidad nacional de Cataluña». Sus declaraciones no han caído en seco y de inmediato el prófugo de Waterloo, Carles Puigdemont, emitió su veredicto: «Pujol tiene razón». Añadió que no considera al primer secretario del PSC, Salvador Illa, interlocutor válido en las negociaciones.

Ello es también compartido por Pujol, muy dolido con la maniobra para arrebatar la alcaldía de Barcelona a su amigo y colaborador, Xavier Trías, a favor del socialista Jaume Collboni, gracias a los votos del PP y los Comunes. En un mensaje dirigido a JuntsxCat, el partido heredero de Convergencia liderado ahora por Puigdemont y Jordi Turull, con quien Pujol conversa a menudo, invoca que han de ser «muy exigentes» ante la investidura de Pedro Sánchez, para no quedar «ni resignados, ni engañados». En su opinión es preciso salvaguardar la lengua y la historia, «como columna vertebral de la nación catalana» en un acuerdo con el Estado español que no se limite únicamente al traspaso de competencias, sino a una negociación con trascendencia histórica. Su gran obsesión hasta el final es el juicio a su legado político. «He hecho cosas bien y otras que no me han dejado satisfecho», admite a los suyos.

Recuperado del ictus cerebral que le mantuvo ingresado en el hospital de Sant Pau, tiene claras las ideas: «Moriré siendo un patriota catalán», asegura el ex presidente de una Generalitat que ahora critica, en su tradicional aversión a Esquerra Republicana. Confinado en su casa barcelonesa de la Ronda del General Mitre, dónde su esposa Marta Ferrusola vive en silencio bajo un alzheimer, reflexiona con quienes le visitan. Entre ellos, el expresidente y sucesor, Artur Mas, y el exalcalde de la ciudad condal, Xavier Trías. El ictus no le ha dejado graves secuelas y, según los empresarios y periodistas a quienes llama directamente para interesarse por la actualidad, tiene la cabeza bien equilibrada.

Todos coinciden en que su obsesión es hablar de su papel político y cómo será recodado. «La historia reconocerá mi honor», asegura a sus interlocutores. Uno de los más asiduos es el Abad de Montserrat, Josep María Soler, su amigo y confesor personal desde hace años. El concepto del honor y cómo pasará a la historia ocupan su mente. «Quiere que la gente sepa distinguir su legado político de la corrupción económica», dice alguien muy cercano a Pujol, que atribuye las desdichas financieras más a sus hijos que al propio patriarca. En plena resurrección de su figura, concede entrevistas y sale a la calle, donde ya no le rehúyen como antes. En medio del vendaval soberanista, «las cosas han cambiado y Pujol ya no está en el olvido», reconocen dirigentes catalanes.

Muy unido a sus hijos, como la piña que siempre fue el clan pujolista, le entristece la enfermedad de su mujer, la influyente y temida Marta Ferrusola, con grandes lagunas de conocimiento. A diario le visitan Oriol, el delfín destinado a sucederle, el «hereu» destronado por la corrupción y el escándalo de las ITV, y su hermano Jordi, quienes pisaron la cárcel y dejaron una estela de chapuzas financieras que echaron por tierra el legado político de su padre.

Según personas cercanas a la familia, le obsesiona mucho deslindar su gestión política de la trama corrupta, las cuentas secretas en Andorra, el calvario judicial y los turbios asuntos de sus hijos, que atribuye a traiciones y deslealtades. «¿En qué momento me equivoqué,?», les preguntó hace días a un grupo de empresarios. «President, no lo dude, en la elección de su sucesor, Artur Mas», fue la respuesta. La muerte de su gran amigo Maciá Alavedra, y su esposa Doris, le dejó muy tocado. Quiénes le frecuentan insisten en que se reivindica como un hombre de Estado, hábil negociador con los presidentes Felipe González y José María Aznar. Con la cabeza en su sitio, cojea levemente, se apoya en un bastón y ha mejorado notablemente su sordera. Quien fuera el president de Cataluña venerado, héroe para unos, villano para otros, resurge del olvido.