Opinión
De la lucha contra la nada
En un mundo creado sin verdad serán más funcionales quienes más puedan distanciarse de las emociones y modelos de vida populares
Cómo se nos da eso de ser dos personas al mismo tiempo es uno de los grandes problemas de la existencia. Qué tal nos va como destructores de los mundos en los que fuimos otro. Una de las condiciones de la madurez pasa por la capacidad para asesinar todo universo alternativo que podríamos producir con nuestras acciones.
La salida de una infancia sin remordimientos, y posterior entrada al yo crítico del adolescente, nos permea con la primera mirada de juicio sobre nuestros padres. Finalmente la duda se esparce y extiende en todas direcciones, rebota en el yo y comienza a preguntarnos por dentro quién somos. Aporta un sufrimiento continuo a las vidas asumirnos sujetos capaces de destruir esa realidad en la que llegamos a la hora correcta a aquella cena y nos hicimos amigo de los asistentes. Hubo un planeta, que no llegó a nacer, en el que dijimos la verdad, vencimos el miedo y nos enamoramos de ella.
La ciencia, siempre tan moderna, se ha empeñado en exculparnos. Esas ideas que creemos propias son una ficción del simio imaginativo que en último término somos. Bajo el microscopio nuestro cuerpo descompone ácidos y proteínas y sacamos fotos a códigos genéticos. En el interior no hay más que engranajes y mecanismos que cumplen líneas de programación que nos resultan invisibles, como a la batidora que gira sus aspas le resulta invisible el dedo que pulsa el botón que la activa. Si todo a nuestro alrededor toma causa mecánica en un suceso anterior al que simplemente reacciona, qué estupidez narcisista es esa de considerarnos demiurgos capaces de transformar de manera original la realidad con algo llamado voluntad.
Quien nos piensa como mecanismos más cercanos al silicio y los circuitos orgánicos presenta lo funcional de nuestra existencia como argumento. Por extraordinaria que sea la circunnavegación del globo o el alcance de la velocidad de escape de las misiones Apolo. Su fundamento último se encuentra intermediado por los intereses. Y las emociones elevadas con que se describen son mentiras que camuflan la voluntad de poder.
Que esa manera de pensar el ser humano suene conveniente para aquellos de nosotros que mejor mienten podría hacernos sospechar de la propia mirada sospechosa. En un mundo creado sin verdad serán más funcionales quienes más puedan distanciarse de las emociones y modelos de vida populares. Si todos somos robots y no existe la compasión, ni la culpa. Si en realidad todo es un juego entre simios simuladores, qué obligación legitimada quedaría en pie para limitar a aquel de nosotros que venza en la carrera.
En qué se convertiría entonces la conversación política. Si ya no se compromete a una idea de bien moral que la ordene de manera unitaria. Si ya no permite definir a priori lo correcto y lo incorrecto. Si no le es relevante el discernimiento entre la verdad y la mentira. Lo único que sobreviviría como elemento reconocible en la lucha por el poder serían los juegos de cortesanía, la eficacia en la gestión de la comunicación y la competición retórica.
El poder podría destruir aquellos mundos en los que se dijera la verdad, implantando una conversación desmaterializada, confusa, desconfiada, sospechosa, mareante y desorientada. Un simulacro en el que simplemente fuéramos todos progresivamente más mentira. Donde los espacios a la vista se llenarían de peleas escolásticas entre retóricos y sofistas y el requisito de participación sería la capacidad demostrable para vivir bajo las mentiras más delirantes. En ese mundo las credenciales de vida ejecutadas serían sustituidas por la asunción de posturas extravagantes y la utilización de ridículos pelucones, pronombres y maquillajes.
Sin embargo, si la conversación pública se desplazara a ese terreno correría un riesgo con el paso del tiempo. Si cada vez más actores fuesen simios simuladores, sociópatas que no creen de veras en nada, la conversación en la que compiten perdería pie en la propia realidad. A esa desviación entre el sistema de valores de la política representativa y los modos de vida del pueblo, que también se reproduce en el periodismo y en la academia, lo podríamos llamar: Trayectoria María Antonieta. Una actitud desde el poder tan suicida como imparable que acaba llevando a los gobernados a la desconfianza sobre las verdaderas intenciones de los gobernantes.
Supongo que lo último que les quedaría por aclarar a los científicos serían los pequeños gestos de poesía. El arte como acción sin otro propósito que su propia existencia. Antes de que pase por una audiencia o por el mercado, cuando emerge en la persona en su versión más íntima, como una chispa no solicitada o un simple exceso de vida sin explicación. Supongo que ese fenómeno siempre se puede interpretar como un error afortunado en la línea de código. Un gesto disfuncional, en un sapiens sapiens pintando en la caverna con arcilla roja un astro, en el cuento nocturno de una abuela a sus nietos o en mi hijo pequeño en el piso de arriba entonando con su voz una canción pensando que nadie le escucha. Creo que siempre podría reconstruir un universo desde ahí.