Tras Doñana...
La negación de la evidencia
No se puede acusar de criminal al que ponga su mano en Doñana y querer meter las excavadoras en la desembocadura del Llobregat
La batalla por Barcelona –dentro del panorama general de las municipales– ya se ha desatado. Es una batalla que sirve de metonimia para todo el futuro de la región y del país. Lo más llamativo es que casi todos los argumentos que se usan –a favor o en contra de las diversas propuestas– se fundamentan en dilucidar si la ciudad se encuentra en una situación de decadencia. El simple hecho de que se le dé tantas vueltas a esa palabra («decadencia») hace pensar que, de una forma inconsciente, todos de una manera colectiva sabemos perfectamente que las cosas no van en la dirección correcta.
A pesar del voluntarismo de la fantasía progresista, lo cierto es que los números son malos. Los índices de delincuencia, de desplome del mercado de alquiler, de higiene general de la capital de Cataluña, van a peor. Y no se trata de una situación bruscamente sobrevenida, sino que esos índices conflictivos han ido avanzando en una clara e inexorable curva durante los últimos años, anunciando el resultado actual y contradiciendo todas las promesas gubernamentales de regeneración que profetizaban un futuro paradisíaco, ejemplo mundial y maravilloso. Algo se ha estado haciendo mal desde hace muchos años.
El mejor ejemplo es el problema de asfixia del aeropuerto de Barcelona. Los barceloneses sabemos ya hace tiempo que la ciudad necesita otro aeropuerto, situado en una zona más lejana, de posible ampliación, que esté –a poder ser– a menos de una hora de la ciudad. Ese es el modelo que ha funcionado en todas las grandes capitales europeas. Londres tiene cuatro aeropuertos: el London City Airport en su casco urbano, pero también Heathrow, Gatwick y Stansted a su alcance. A pesar de esa evidencia comparativa con el horizonte europeo que se afirma pretender, nadie ha hecho nada en los últimos años por proponer un proyecto en esa dirección. Supongo que, principalmente, porque eso supondría un compromiso importante con el gobierno central para los próximos lustros que no permitiría tonterías ni frivolidades políticas.
A pesar de la fantasía progresista, algo se ha estado haciendo mal en Barcelona desde hace muchos años
En Barcelona ya no hay más espacio. Ya no quedaba hace años. Por eso, de la Diagonal hacia arriba, la ciudad posee uno de los urbanismos más estúpidos y apiñados que una clase alta europea pudiera desear. Algo sin pies ni cabeza, todo lo contrario de lo que cabría esperar de una burguesía privilegiada de alto poder adquisitivo.
Lo mismo sucede en la desembocadura del Llobregat: ya no hay sitio. Hacer crecer al aeropuerto es cargarse los patos de los humedales de La Ricarda. Si quieren hacerlo, si creen que para ellos no hay lugar en la Barcelona del futuro, que lo digan en voz alta. Pero lo que no se puede hacer es contradecirse, acusando de criminal a quien ponga su mano sobre un Doñana lejano y, a la vez, querer meter sin rubor las excavadoras en nuestro mini Doñana cercano del Llobregat.
Todas estas escenificaciones de bondad ecológica teatralizada recuerdan la hipocresía de las plazas duras que tan bien conocemos y que ya arrastramos los barceloneses desde hace cuatro décadas. Una entera generación catalana de arquitectos se titulaba en estudios de paisajismo, pero cuando salía a concurso un proyecto de jardín municipal todos sabían que si querían ganarlo debían evitar como fuera el verde de caro mantenimiento. Las justificaciones y coartadas intelectuales que se usaron para esos despropósitos eran de diseño de gran tono. Ahora, con el cambio climático, todos esos hornos de hormigón recalientan nuestras urbes y deshidratan nuestro futuro peatonal.
En el origen, hace un par de siglos, nuestras calles, plazas y caminos fueron construidos para las caballerías y los paseantes, del mismo modo que las familias reales fueron originalmente concebidas para gobernar. Pero los tiempos cambian. Los equinos fueron reemplazados por los coches y solo se les permite entrar ocasionalmente y de un modo breve en las calles donde se circula, de una manera similar a como a los reyes se les permite su presencia en los parlamentos donde gobiernan los diputados: por cortesía, significado e invitación solamente. Sorprende la desidia de previsión progresista ante sus propios cambios propuestos. La culpa se le echará al final, como siempre, a los cruceros, porque son grandes y se ven desde lejos.
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