El personaje

Pere Aragonès: el cobrador insaciable

Quiere demostrar que ERC va mucho más allá que el fugitivo Puigdemont y los siete diputados de Junts

Pere Aragonès
Pere AragonèsIlustraciónPlatón

Sabedor de la fragilidad parlamentaria de Pedro Sánchez, ejerce sus presiones con osadía. El presidente de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonès, se mueve entre el chantaje permanente al Estado y una hoja de ruta independentista en rivalidad con su eterno adversario, Carles Puigdemont. En su reciente reunión con el presidente del Gobierno en el Palau, donde este, en un gesto de cobardía, se inclinó ante la bandera catalana y permitió la retirada de la enseña nacional mientras intervenía Aragonès, la cascada de exigencias afloraban en tromba: Mesa de Diálogo, en la que para su satisfacción no participa JuntsxCat; traspaso de la gestión del Ingreso Mínimo Vital, una ley orgánica de plurilingüismo con toda la Administración Pública, cuya aplicación será un auténtico dislate, traspaso de las cercanía ferroviarias de Rodalies, mayor autofinanciación fiscal con una Agencia Tributaria propia catalana; condonación de la multimillonaria deuda y, por supuesto, el referéndum de autodeterminación. Consciente de que Sánchez aceptará lo que haga falta con tal de seguir en La Moncloa, el presidente catalán y eterno segundón de Oriol Junqueras, se muestra orgulloso de las cesiones arrancadas al jefe del Ejecutivo español.

Con razón ironizan algunos dirigentes del PP: «Parece el cobrador del frac», en alusión a esa mítica figura. En efecto, Pere Aragonès actúa como un recaudador insaciable para demostrar que Esquerra Republicana, que se metió un sonoro batacazo en las últimas elecciones, va más allá que el fugitivo Puigdemont y los siete diputados en el Congreso de JuntsxCat. Una rendición en toda regla, que debilita aún más al presidente del Gobierno. «Si Pedro Sánchez dice que no habrá referéndum, es que lo habrá», advierte el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, sobre la escasa poca credibilidad de la palabra del presidente. También anunció que no habría amnistía ni rebaja del delito de sedición y a la vista está el resultado. Las cesiones de Sánchez a Aragonès se producen en medio de la vista de una delegación de eurodiputados a Barcelona, donde comprobaron que la lengua catalana no corre peligro y sí el destierro de las aulas del español. Abucheados entre gritos de fascistas, los parlamentarios europeos salieron asustados de ese dogmatismo imperante en Cataluña.

Naturalmente, para no ser menos que Puigdemont y JuntsxCat, el republicano exige también una mesa de negociación en Suiza, donde reside la secretaria general de ERC, Marta Rovira, con la figura de un mediador. El colmo del disparate ante un presidente del Gobierno dispuesto a descuartizar España con tal de seguir diez minutos más en La Moncloa. Los separatistas lo saben y por ello son insaciables. Cuando el independentismo estaba en sus horas más bajas, llega Pedro Sánchez y les da todo su aliento. La reunión del jueves en la Generalitat fue un gesto de pleitesía ante un inquilino nefasto en su gestión del Govern y con un partido a la baja. Dicen sus críticos que Aragonès practica una calculada maniobra que le permita seguir en el cargo siempre a las órdenes de su auténtico jefe, Oriol Junqueras. En su deriva separatista, insiste empecinado con el referéndum independentista que, como se temen en el PP, Sánchez intentará maquillar de algún modo. El afán insaciable de los cobradores soberanistas no tiene límites.

Pere Aragonès siempre ha sido un «segundón» del jefe Junqueras y ha montado algunos numeritos durante su mandato. Hay que recordar aquella frase del expresidente Josep Tarradellas: «En política se puede hacer de todo menos el ridículo». Es lo que hizo el actual presidente de la Generalitat hace algunos meses en el inicio de la cumbre hispano-francesa en Barcelona, un gran ridículo personal e institucional, ante la mirada tibia de Pedro Sánchez y el estupor de la delegación francesa y su jefe de filas, Emmanuel Macron. En un país donde la «Grandeur de la France» consagra un enorme respeto a su historia y sus símbolos, la escapada chusca por la puerta de atrás de Aragonès para no escuchar los himnos nacionales de ambos países, con desplante a las Fuerzas Armadas españolas presentes en Cataluña, habría sido impensable. Sus advertencias de que el «procés» no ha acabado y que Cataluña quiere ser un socio europeo con categoría de país propio revelan la mediocridad de un personajillo sentado en la Generalitat por el dedazo de su líder.

En el entorno de Puigdemont opinan que no tiene altura para ser presidente de La Generalitat: «Pequeño en estatura física y falta de autoridad para imponerse a su propio partido», aseguran. Un separatista a quien no se le conoce oficio alguno, sin experiencia profesional, nieto de un alcalde franquista en La Pineda y miembro de una de las familias más adineradas de Cataluña. A Pere Aragonés le consideran «un monaguillo» de Oriol Junqueras y recuerdan asuntos como la ampliación del aeropuerto de El Prat, cuyo apoyo trasladó a destacados empresarios, pero luego se echó atrás por presiones de las bases de ERC. Candidato por decisión de Junqueras, definido por quienes bien le conocen como «burgués, indepe y pragmático», Pere Aragonés García pertenece a esa doble faz de los independentistas catalanes: nieto de un alcalde franquista y con familia millonaria. Nacido en Pineda de Mar, su abuelo paterno amasó una gran fortuna. Fundador de Alianza Popular y edil del municipio, forjó un imperio hotelero y textil, que heredaron sus dos hijos al fallecer en un accidente de tráfico

Su esposa, Janina Juli Pujol, procede también de una adinerada saga del litoral en el Maresme catalán. Se casaron por todo lo alto y son padres de una niña, Claudia. Licenciado en Derecho, militante de las Juventudes de ERC desde los 16 años, amplió estudios económicos en la Universidad de Harvard. A su regreso, trabó contacto muy estrecho con Junqueras y cuando Marta Rovira se fugó a Suiza, le llamó a la cárcel y le confirmó como el elegido. Ahora, Pere Aragonés continúa con su cinismo separatista para que no le muevan la silla.