Res non verba

El «sanchismo» a barlovento

Es como si las políticas sociales pudieran ser una especie de patente de corso para perdonar una trama de mordidas, enchufismo y trasiego putero

Sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. Comparece el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. © Alberto R. Roldán / Diario La Razón. 18 06 2025
El presidente del Gobierno, Pedro SánchezAlberto R. RoldánFotógrafos

Decíamos en nuestra última entrega que Pedro Sánchez había adoptado el papel de presidente errante, el que navegaba sin rumbo fijo condenado a evitar los puertos periodísticos, y no andábamos demasiado desencaminados porque los derroteros de esta semana le han hecho abrazar con fuerza la metáfora marinera. Caído en desgracia el contramaestre Cerdán, tuvo que dar un golpe de timón y proclamarse capitán de esa unidad de destino en lo universal que es su Gobierno progresista. Tan necesario es, tan errados podemos andar los españoles en nuestras intenciones electorales, que el comodoro sanchista no puede dejarnos votar. Dice que es por nuestro propio bien, que lo suyo es democracia de la buena. Así las cosas, llevamos una semana de lo más peculiar con el Ejecutivo tocando la guitarra en Nerja al son de un pegadizo estribillo: «Del barco de Sanchete, no nos moverán». La maniobra que pretende acometer es temeraria porque consiste en resistir en el puente de mando mientras sortea su propio triángulo de las Bermudas. Ese «triángulo tóxico», bautizado por Ferraz, de tres personajes cruciales para que Sánchez acabara siendo Sánchez. El presidente compartió con ellos horas y horas durante meses, metidos los cuatro en un Peugeot, e incluso dos llegaron a la máxima oficialidad socialista. Sin embargo, ahora parece que los contramaestres Ábalos y Cerdán, así como el sobrecargo Koldo, han sido meros polizones. La mentira es tan grosera que Yolanda Díaz decidió ayer quedarse en su camarote para no dejarse ver en cubierta.

Habiéndose anulado la cumbre de la ONU, Sánchez se vio obligado a acudir a una sesión de control que no estaba prevista en su cuaderno de bitácora. Lo hizo a la defensiva, sosteniendo la mirada a Feijóo en lo que el navío popular lanzaba su primera andanada: es usted el lobo que lidera la manada corrupta. Las astillas empezaron a volar y Sánchez recordó al marinero que mira al cielo pidiendo una brizna de viento a favor. En su caso, se encomendó al deseo de que, a la vuelta del verano, algunas sentencias judiciales contra el PP le puedan dar algo de oxígeno. Pero como eso no le sacaba de pobre en el corto plazo, decidió defenderse con la bonanza económica que, según él, vive España, como si las políticas sociales pudieran ser una especie de patente de corso para perdonar una trama de mordidas, enchufismo y trasiego putero. Ahí se abrió la puerta a la gran pregunta: ¿tiene derecho la izquierda a seguir gobernando, a pesar de la corrupción, por el simple hecho de ser izquierda? He aquí la cuestión que algunos rigoristas del sanchismo-leninismo ya están tratando de sostener, mientras otros socios parlamentarios parecen más dubitativos porque desean contestar que sí, pero todavía les da demasiado rubor.

El PNV ha avisado de que en algún sitio debe estar la raya y Feijóo aconsejó a los grumetes del Frankenstein que se amotinen: abandonar ahora el barco todavía les puede permitir una nueva vida política, la de aquellos que cuenten a sus nietos que con la corrupción sí que no pudieron transigir. Cuatro votos faltan para una moción de censura. El líder del PP les gritó que se les acaba el tiempo, que permanecer en el bajel sanchista les condena a naufragar contra las rocas. Lo siguiente fue un estruendo de fuego cruzado: gritos de dimisión y aplausos en sentido contrario.

En estas llegó la armada de Vox y Santiago Abascal no quiso perder el tiempo. Descargó toda su cañonería contra el velamen de Sánchez: «Es usted un indecente, un corrupto y un traidor». El ataque fue feroz y el presidente del Gobierno no pudo responder porque el galeón verde se ocultó rápidamente en la bruma. Abascal abandonó el hemiciclo y Sánchez le acusó de maleducado. Fue seguramente ese pequeño respiro el que le hizo confiarse demasiado con Gabriel Rufián. El portavoz de Esquerra, al que los separatistas adoptaron como rareza charnega, exigió inhabilitar a las constructoras que paguen mordidas y suprimir los aforamientos. Los cañonazos más dañinos son los que recibes por la popa y para Sánchez ese momento llegó cuando Rufián colocó en el mismo plano la corrupción del PP y la del PSOE. Eso desarbola la patente de corso con la que la izquierda pretende seguir gobernando a pesar de la corrupción. Por primera vez en mucho tiempo, al presidente se le vio realmente molesto con uno de sus socios, esos a los que dispensa la cautela del mayordomo con el señorito o del inquilino con el casero. Rufián exigió a Sánchez que jurase y perjurase que nunca leeremos «P. Sánchez» en un informe de la UCO. A Rufián nadie le enseñó que perjurar significa jurar en falso. Peor fue el lapsus de Sánchez cuando aseguró que su «tolerancia contra la corrupción es absoluta» o, peor aún, cuando, en pleno sofocón, tildó de «anécdota» el tremendo caso de corrupción que golpea al PSOE. Batalla bronca, con el presidente pidiendo pelillos a la mar, pero como el submarino de la UCO lance nuevos torpedos, mejor será que el capitán se encomiende a la Virgen del Carmen.