Res non verba
Sobrevivir a la soberbia
Le advirtieron los ingenieros del posible apagón, como los juristas de la suelta de violadores
Les voy a ser sincero. Hoy mi columna no va a ser la mejor del mundo. Deben comprenderme. Todavía ando un poco descentrado tras los acontecimientos de los últimos días. Llevamos una racha que se nos han juntado dos lunes explosivos: la muerte del Papa Francisco y el gran apagón eléctrico. Ser periodista nunca fue fácil, pero tener que ser experto en los entresijos de la liturgia vaticana, al mismo tiempo que controlas de ciclos combinados y das lecciones sobre la interacción entre tensión y frecuencia como pilares del sistema energético, créanme, no es sencillo. Al final, corres el riesgo de acabar hablando de cónclaves renovables y subestaciones cardenalicias, mientras se te pone el ojo pipa. Y más con el susto que me llevé el lunes pasado por culpa de mi horario nocturno. Si tienen un segundo, les cuento …
Al dormir durante la mañana, me desperté tan ufano por la tarde sin saber que llevábamos cuatro horas de «cero absoluto». En la mesilla, mi móvil. Y en mi móvil, un solo mensaje: «No te asustes, se ha ido la luz en toda España y Portugal. Parece gordo, pero los niños están bien». Y a partir de ahí, el silencio. El móvil ya no funcionaba. Ni podía enviar ni recibir mensajes o llamadas. Sin teléfono, sin Internet y sin luz en todo el país. Ese que acababa de leer parecía como un último aviso desesperado del mundo conocido antes de que se cerraran sus puertas hasta nueva orden. Sin poder hablar con mi familia, confirmando que la luz no iba y que el rellano estaba a oscuras, me vestí para salir a la calle. Bajando las escaleras pensé en Putin, su madre y los cables submarinos, hasta que al pisar la acera me volvió a golpear aquella sensación de la pandemia: el aroma a distopía. Semáforos apagados, policías tratando de poner orden a golpe de silbato crispado, riadas de personas deambulando por la calle al no encontrar cobijo en el metro o en las atestadas paradas de autobús. Sin saber dónde estaba exactamente mi gente, decidí dirigirme al colegio de mis hijos, dado que era la hora de recogerles, con la esperanza de reencontrarme con los míos y hallar respuestas.
A mi paso por la ferretería, una cola que llegaba a la calle hizo que me flagelase para mis adentros: el puñetero kit de supervivencia que nunca compré. Al llegar al colegio, afortunadamente, el drama aflojó. Me pusieron al día. La luz ya estaba volviendo a algunos lugares de España y en unas horas se esperaba volver a la normalidad. El inquietante mensaje lo había recibido en los primeros momentos, cuando apenas se sabía nada, justo antes de que los móviles dejaran de funcionar. Me sentí aliviado tras haberme montado la película del Armageddon durante los cinco minutos de trayecto entre casa y el colegio. A partir de ahí, revisité el cajón de las pilas, me reencontré con una vieja amiga como es mi radio analógica y acabé haciéndome preguntas a la luz de las velas. Algunas han comenzado a tener respuesta; otras, todavía arrastran su interrogante hasta hoy.
Dejó dicho el Papa Francisco que lo principal es escuchar. Y, ciertamente, si uno quiere evitar ser el típico todólogo, que lo mismo habla de la fumata blanca de la Capilla Sixtina que de la humareda blanca de una central energética, esta semana ha tocado escuchar. Escuchar a los expertos, con especial atención a los que no destilan una evidente adscripción ni al lobby nuclear ni al lobby renovable, sino que hablan desde el conocimiento, con la solvencia intelectual del que solo busca bailar con la verdad. De esas escuchas, se ha ido configurando la idea de que al Gobierno le ha vuelto a pillar el toro de la cabezonería ideológica. Con el debido respeto a las investigaciones en marcha, ya se dibuja como plausible la teoría de que el sistema eléctrico, a día de hoy, no está preparado para que el mix energético tenga un porcentaje demasiado elevado de fuentes renovables.
Todos queremos un mundo limpio y el Gobierno acierta al apostar por las renovables. Conseguir esa autonomía energética nos liberaría de la dependencia que tenemos ahora de criminales como Putin. Pero hasta que no llegue la tecnología que permita soportar mejor las oscilaciones que provocan las fuentes renovables, y acumular en mayor cuantía los excedentes, la transición no se puede hacer a la velocidad que ha impuesto el sanchismo. Le advirtieron los ingenieros del posible apagón, como le advirtieron los juristas de la suelta de violadores, pero en ambos casos primó la soberbia. Beatriz Corredor (socialista colocada en Red Eléctrica para ignorar a los técnicos como ignoran a los letrados o juristas incómodos) negó el apagón y ahora se niega a dimitir, mientras se han buscado al enésimo chivo expiatorio: las compañías eléctricas, que sufren las imposiciones regulatorias de un Gobierno que prefiere ideología a evidencia. Yo me sigo recuperando del susto y prometo comprar el kit de supervivencia. Para sobrevivir, ya sea a enemigos externos o a la soberbia interna de este país nuestro.