Opinión
Técnica y fantasía
Los extremismos, sean de izquierdas o de derechas, son los consumidores naturales de cualquier tipo de superstición
Una de las peores confluencias que pueden darse en el cerebro humano es cuando se mezclan las retóricas de superstición con las retóricas técnicas para conseguir un objetivo de convicción, sin establecer claramente las diferencias entre cada una. Cada equis tiempo, repaso el manifiesto comunista de Marx y Engels para no olvidarme de los desperfectos intelectuales que esa mixtura puede provocar. El susodicho manifiesto arranca con una frase inolvidable: «un fantasma recorre Europa». Unas cuantas páginas más adelante, hace la crítica de la leyenda de ese fantasma; pero el pórtico de entrada ya ha quedado bien establecido: estamos en los terrenos del lenguaje poético, de las metáforas, de la abstracción puramente emocional. ¿Se puede llamar a eso, en rigor, materialismo? ¿En serio todavía hemos de creer en fantasmas para entendernos?
El texto avanza y las expresiones fantásticas, de recurso lírico decimonónico, proliferan: «la faz de la Tierra», «el estado burgués edificado sobre las ruinas de la edad media», etc. Todos esos giros de poeta romántico se mezclan con una prosa de adjetivo técnico y burocrático que, retóricamente, lo que busca es conseguir un efecto de precisión de cirujano. En un lector poco avisado, pueden fácilmente provocarlo, pero, en el lector contumaz, aparece pronto una inquietante sospecha: se pregunta si a lo que está asistiendo no es más que al despliegue de una serie de fantasías quirúrgicas.
No dudo que Marx hizo uno de los principales esfuerzos intelectuales del siglo XIX para analizar las fuerzas económicas y las maquinarias de comercio que afectan a nuestras vidas. Su sistematización es interesantísima y su fotografía de ese momento es muy valiosa. Pero, luego, se le ocurrió que podía diseñar las soluciones para esa situación y ahí ya entró en el terreno siempre pantanoso de las predicciones. Y en ese terreno, como todos los profetas, cometió unos resbalones formidables, ciclópeos. Previó que iban a suceder cosas que nunca se dieron y no acertó una a la hora de vislumbrar las que iban a pasar.
Recientemente, anda culebreando por ahí una nueva teoría: el aceleracionismo. Incluso (¿como no?) hay un nuevo manifiesto, escrito en 2013 por Nick Srnicek y Alex Williams: el «Manifiesto por una política aceleracionista». No les voy a aburrir haciendo un resumen de sus postulados, solo les comentaré que aparece la mencionada y añeja hibridación de registros entre superstición y técnica. Por una parte, se mencionan inconcretas imágenes poéticas que, de otro lado, se funden con pomposas definiciones de ese viejo olor habitual que contienen los manuales de mantenimiento técnico. Como el lenguaje poético ha cambiado desde la época romántica, las abstracciones líricas hay que renovarlas y remiten ahora a la retórica de autoayuda: que si «reapropiarse de las plataformas de futuro», que si «cuestionar el concepto mismo de lo humano», que si «promoción activa». Apelaciones genéricas que nunca se explican con concreción al detalle. La retórica técnica la fían a recursos banales y tan conocidos como inflar los conceptos, llamando a las simples cosas, por ejemplo, «la base material actual». O sea: las cosas de hoy en día, que diría Juan de Mairena.
Como siempre sucede con estas mezclas de superstición y técnica, automáticamente ha suscitado mucho interés tanto entre la ultraderecha como en la extrema izquierda. Es decir, entre los extremismos; los consumidores naturales de cualquier tipo de fantasías. Si analizamos con atención ese tipo de prosa, mezclada a parches de supersticiones indemostrables y entonación de autoritaria frialdad de técnica notarial, comprobaremos que curiosamente es el mismo tipo de palabrería que se halla en casi todo el trámite legal de la actual ley de amnistía que ahora se pretende aprobar.
A los seres humanos, hay dos evidencias que nos siguen resultando muy difíciles de aceptar por más que cuarenta mil años de Historia desde el Paleolítico hasta nuestros días las hayan demostrado sobradamente. Esas dos cosas son que los fantasmas no existen y que no hay nadie que pueda predecir el futuro. Por mucho que inflemos las cosas con lenguajes pseudo-técnicos y apariencias de método científico, pasará lo que ha pasado siempre: que las fantasías quirúrgicas resultan siempre al cabo, solo eso, fantasías. Y las ranas nunca terminan, ni por teoría, indulto o amnistía, convirtiéndose en príncipes.
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