
Perfil
Tejero, golpista y, sin embargo, humano
La imagen que quedará de Antonio Tejero para la posteridad es la de un guardia civil con bigote y tricornio, plantado en la tribuna del Congreso de los Diputados con una pistola en la mano la tarde del 23 de febrero de 1981.

La imagen que quedará de Antonio Tejero para la posteridad es la de un guardia civil con bigote y tricornio, plantado en la tribuna del Congreso de los Diputados con una pistola en la mano la tarde del 23 de febrero de 1981. Este hombre, nacido en Alhaurín el Grande (Málaga) en 1932, casado, seis hijos, uno de ellos sacerdote, católico a machamarillo, buen padre de familia, de profundo espíritu militar, es la cara visible del intento de golpe de Estado que pudo acabar con la joven democracia española, alcanzada laboriosamente tras la muerte de Franco. Él no creía en ella y actuó en consecuencia, convencido de que prestaba un servicio a la patria. Estaba profundamente equivocado -es el peligro de los “salvapatrias”-, pero nadie podrá negarle valentía y coherencia con sus arraigados principios. Se jugó literalmente el bigote. Su traumático destino unos años antes en los cuarteles del País Vasco con ETA ya en la calle contribuyó a su irreversible radicalización. Aquello fue una dura y conflictiva experiencia que le afectó toda la vida .
Como se comprobó en el juicio de Campamento, en el que fue condenado a 30 años de prisión por rebelión militar y expulsado del cuerpo, su comportamiento delictivo no ofrecía duda. Ni él trató de ocultar los hechos. Además era reincidente después de la condena por la “Operación Galaxia” unos años antes, junto a Ricardo Sáenz de Ynestrillas, que resultaría asesinado por ETA en 1986. Antonio Tejero fue seguramente, para los que asistimos al juicio aquellas frias mañanas de invierno, el que demostró, en ese sentido, más dignidad entre los militares que participaron en aquel atolondrado disparate. Afortunadamente no corrió la sangre. Pero puedo asegurar que los que estuvimos dentro del Congreso aquella noche del 23-F sentimos miedo y vergüenza.
Tejero se creyó, lo mismo que Milans del Bosch, lo que les decía el general Armada, cercano a la Casa Real. Aseguraba que el Rey apoyaba la idea de establecer un Gobierno de salvación nacional, cuyo primer acto era la caída del presidente Suárez. Con esa idea subieron los guardias a los autobuses rumbo al Congreso, donde iba a tener lugar la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo. Ese plan contaba con muchas complicidades políticas, también en el PSOE. Luego resultó que fue el Rey el que paró el golpe aquella noche cuando España estaba al borde del precipicio. Paradójicamente también ayudó al fracaso de la intentona golpista el rechazo tajante del teniente coronel Tejero al ver la lista de Gobierno que le presentó Armada en la que figuraban hasta algunos ministros comunistas. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Fue precisamente la legalización del PCE de Santiago Carrillo, junto con los atentados de ETA, lo que más removió el malestar en los cuarteles.
Antonio Tejero pasó por distintas prisiones militares. En 1993, diez años después de la condena, alcanzó el tercer grado, y el 3 de diciembre de 1996, la libertad provisional. Desde entonces ha vivido pacíficamente en su piso familiar de Madrid, rodeado de los suyos, sin dar que hablar, casi olvidado, dedicado a la pintura, aficción que aprendió en la cárcel. En los últimos años de su vida ha podido ver a los comunistas en el Gobierno de España. Es de imaginar lo que esto y los acuerdos de Pedro Sánchez con los herederos de ETA y los separatistas catalanes le pudo remover por dentro. Su última presencia pública, ya en la dorada ancianidad, que tuvo alguna repercusión pública y un significado claro, fue en el cementerio de Mingorrubio cuando la exhumación de los restos de Franco, del que siempre fue devoto.
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