Carmen Enríquez

Una consultoría en el Palacio de la Zarzuela

Antes de su discurso, Don Felipe reunió en su despacho a políticos, empresarios, economistas, juristas, sindicalistas y hombres de pensamiento para abordar el golpe de Estado. Su mensaje institucional ha servido para movilizar a los ciudadanos de Cataluña y de toda España para reivindicar la unidad

Un independentista escucha por televisión el mensaje del Rey Felipe VI del pasado martes
Un independentista escucha por televisión el mensaje del Rey Felipe VI del pasado marteslarazon

Antes de su discurso, Don Felipe reunió en su despacho a políticos, empresarios, economistas, juristas, sindicalistas y hombres de pensamiento para abordar el golpe de Estado. Su mensaje institucional ha servido para movilizar a los ciudadanos de Cataluña y de toda España para reivindicar la unidad.

Cuando el Rey Felipe VI se puso el martes pasado ante el equipo de Televisión Española para pronunciar el –hasta el momento– discurso más importante de sus tres años largos de reinado, él tenía muy claro lo que quería decir hasta el más mínimo detalle y había medido el sentido de cada una de sus palabras, de la primera a la última. Eso quiere decir, ni más ni menos, que había hecho todos los esfuerzos a través de su trabajo de despacho y de los múltiples contactos mantenidos con anterioridad, para estar seguro de que el tono que tenía que utilizar era firme, convincente y rotundo, pero sin la más mínima sombra de amenaza; sabía que la palabra diálogo no era oportuna en su alocución porque en el momento que lo pronunció había que apostar por otras vías para frenar el camino de sedición iniciado por las autoridades independentistas catalanas. El Rey estaba convencido de que era el momento de tranquilizar a las personas que se sentían desamparadas en las calles de las ciudades y pueblos de Cataluña diciéndoles que no estaban solas, y que no iban a estarlo en el futuro.

Los días anteriores a esa alocución el Jefe del Estado había dedicado su tiempo a buscar hasta el fondo ese pequeño resquicio de actuación que le da la Carta Magna para ejercer su labor de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones. Con ese fin, Don Felipe invitó a pasar por su despacho a políticos y a empresarios, a economistas y juristas expertos en Derecho Constitucional, a banqueros, sindicalistas y hombres de pensamiento, y a todos aquellos que podían aportar ideas para hacer frente al golpe de Estado perpetrado por los responsables de una Comunidad histórica tan importante como la catalana. Todo para pulsar el ánimo a la sociedad civil española y poder hacer frente al desafío más difícil y con más riesgos de su reinado.

También habló en esos días y sigue hablando con el Rey Juan Carlos, su padre. Para escuchar lo que tenía que decirle y para responder a las preguntas y consultas que él le formulaba. Con el anterior monarca, Don Felipe ha tenido un intercambio de ideas, fructífero sin duda, ya que no hay que olvidar que Don Juan Carlos ha sido referente esencial para el actual Jefe del Estado, a quien admira y ha admirado siempre. Es preciso recordar que el monarca anterior obligó al pequeño Príncipe de Asturias, de tan sólo trece años, a presenciar su actuación la noche del 23 de Febrero de 1981. Por si acaso le tocaba en el futuro afrontar una ocasión semejante.

El momento de comparecer ante la ciudadanía también era importante. La impaciencia de la opinión pública reclamaba que hablara ya, justo después de los sucesos del domingo, cuando los ánimos estaban todavía muy exaltados por las imágenes de las cargas policiales y de los guardiaciviles efectuadas para cumplir las órdenes de los jueces y fiscales de impedir el referéndum ilegal en Cataluña. La Casa de S.M. el Rey supo aguantar las presiones que exigían en muchos casos que el Jefe del Estado diera explicaciones de lo que había pasado. Algunos criticaban con dureza la tardanza del Rey. La pregunta ¿dónde está Felipe VI, por qué no lanza un mensaje en esta hora tan aciaga? corrió de boca en boca, pero en el Palacio de la Zarzuela prefirieron esperar a que el monarca hubiera formado su propio criterio y tuviera muy claro lo que quería decir a los ciudadanos españoles.

Por todo ello, el Rey habló el martes por la noche, cuando estaba seguro de que lo que quería era lanzar un mensaje de tranquilidad y confianza, de firmeza ante la situación de caos que se estaba viviendo en Cataluña: de amenaza a los catalanes que no se sentían respetados por sus gobernantes. Un mensaje de reprobación a los que estaban cometiendo un delito de deslealtad a la Constitución y también unas palabras de esperanza al señalar la responsabilidad de los legítimos poderes del Estado para asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su Estatuto de Autonomía.

Y al final, como correspondía, reiteró el firme compromiso de la Corona con la Carta Magna y su entrega al entendimiento y la concordia entre españoles y con la unidad y permanencia de España.

Lo cierto, aunque algunos se muestren escépticos y les cueste reconocerlo, es que a partir del discurso del Rey, las banderas constitucionales se han hecho presentes en muchas calles y plazas de Cataluña y de toda España. Muchas personas han perdido el miedo a expresar el agradecimiento a los miembros de la seguridad del Estado en los lugares donde antes se les abucheaba. Policías y guardias civiles han confraternizado con muchos mossos de escuadra que no compartían la hostilidad mostrada hacia ellos por otros compañeros, y se producen manifestaciones de apoyo a la Constitución y al orden establecido sin complejos.

Nadie duda de que el Jefe del Estado ha pasado con nota alta el primer desafío grave de su reinado. Ni de que seguirá enfrentado todos los retos que se le presenten en el futuro con responsabilidad, firmeza y compromiso.