La crónica

La única línea roja de Sánchez, ir a urnas antes que sus barones

Su motivación, en medio del bloqueo: que el PP dependa de Vox para gobernar en Extremadura, Castilla y León y Andalucía.

SANTA MARTA (COLOMBIA),07/11/2025. Fotografía cedida por la Cancillería de Colombia del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez (c), junto a la canciller de Colombia, Rosa Villavicencio (i), a su llegada al aeropuerto Simón Bolívar este viernes, en Santa Marta (Colombia). Villavicencio recibió a Sánchez quien participará en la Cumbre de Líderes Latinoamericanos y Europeos (CELAC-UE). EFE/ Cancillería de Colombia /SOLO USO EDITORIAL NO VENTAS /SOLO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QU...
Pedro Sánchez llega a Colombia para participar en la Cumbre CELAC-UECancillería de ColombiaAgencia EFE

En Moncloa no se habla de leyes ni de reformas desde hace tiempo, sino, sobre todo, de calendario. De fechas, de carambolas para ver cómo encajar los plazos de tal manera que perjudiquen lo más posible al PP y ayuden a Pedro Sánchez a mantenerse al frente del PSOE cuando tenga que abandonar el poder. Esta cronificación de la resistencia del presidente del Gobierno la explican aquellos que le conocen bien, desde la batalla de las primarias, con la afirmación de que atiende a un doble objetivo: permanecer más tiempo en el poder que Aznar y Zapatero, para poder presumir luego de ello, y buscar las mejores condiciones para convocar elecciones en un contexto que le permita mantener la Secretaría General del partido.

«Los ministros son decorado, los portavoces repiten consignas y los cuadros del partido callan porque su sueldo depende de que nada se mueva».

Esto llevaría, conforme a los análisis de excompañeros del hoy presidente, a que, salvo que Junts y el PP ejecuten una moción para convocar elecciones, Sánchez no convocará, pase lo que pase, hasta finales del año que viene (para aguantar más que Zapatero y Aznar en Moncloa) o, como muy tarde, antes de las elecciones autonómicas y municipales del 27. En este último supuesto, para no cargar con el derrumbe que sus políticas puedan volver a ocasionar en sus referentes autonómicos y municipales. Ir detrás de ellos, y con el partido revuelto por una previsible nueva hecatombe, no le facilitaría quedarse, rodeado de los suyos, en la Secretaría General. En vísperas de esos comicios, la salida del poder en Moncloa exigiría apaciguar los ánimos y centrar todos los esfuerzos en el siguiente combate, dentro de la inevitable crisis abierta por el destrozo orgánico.

Además, no pasan por alto que, de aquí a finales del próximo año, se pueden encontrar con unos resultados en las elecciones autonómicas de Extremadura, Castilla y León y Andalucía que obliguen al PP a verse en la coyuntura de tener que negociar con Vox su continuidad en el Gobierno, por quedarse al borde de la mayoría absoluta, y esto es otro incentivo para que Sánchez introduzca en sus cálculos la idea de retener el poder hasta, por lo menos, finales del 26.

Por cierto, la migración es el gran tema que está tensando la cuerda en el Levante o en provincias andaluzas como Almería, y es, en consecuencia, el gran pulso en la derecha.

Para terminar de entender esta hoja de ruta hay que tener en cuenta que el 80 por ciento del aparato socialista, como el de cualquier otra formación, por cierto, vive de la nómina del partido o de los cargos institucionales que ocupan. No hay vida profesional ni autonomía ni margen para disentir de las consignas oficiales.

Las estructuras orgánicas se han vaciado de pensamiento crítico y se han llenado de lealtades interesadas. Una debilidad que refuerza a Sánchez porque, mientras ocupe el poder, nadie se moverá contra ese círculo, cada vez más pequeño, en torno al presidente y que decide los tiempos, las listas y el relato. La única excepción es el presidente manchego, Emiliano García-Page.

Esta dependencia económica se ha convertido en la principal herramienta de control interno en todas las organizaciones políticas. Y, en el caso del PSOE, Sánchez no necesita convencer a nadie, le basta con recordar que, mientras él mande, sin él, no hay cargo.

En Moncloa, la verdadera batalla de fondo no está hoy en la gobernabilidad, sino en el postsanchismo, y, para ganar esa guerra, no descartan utilizar la chequera, los Presupuestos y demás elementos propagandísticos a fin de enfrentar a Junts al supuesto reto de tener que decidir si apoya un supuesto «maná» para Cataluña (que gestionaría Salvador Illa) a cambio de mantener la respiración asistida del líder del PSOE.

Mientras tanto, España se instala en una inédita formar de ejercer el poder: sin mayoría parlamentaria, sin mayoría social, sin leyes y sin Presupuestos que puedan aprobarse, pero con un país sometido a un relato que repiten machaconamente todos los altos cargos del sanchismo oficial.

Un marco en el que uno acaba sintiéndose como Truman Burbank: todos somos hoy ese hombre que vive sin saber que toda su vida es un montaje televisivo dentro de un gigantesco plató y en el que el mundo que nos dicen que nos rodea es totalmente falso. «El show de Truman» es la mejor recreación artística de las realidades artificiales de la política del relato que nos impone el Gobierno de coalición para mantener las «poltronas», como dice Puigdemont.