Opinión

El victimismo como arte

Una vez establecido en el relato que la razón y el buen sentimiento le asisten en su política queda la lección para el futuro: la oposición debe callar y aceptar que acierta de nuevo con la amnistía

Pedro Sánchez durante la sesión plenaria en el Congreso
Pedro Sánchez durante la sesión plenaria extraordinaria en el Congreso Alberto R. Roldán La Razón

Sánchez es un personaje curioso. El 1 de febrero dio una rueda de prensa tras el Consejo Europeo. Venía de recibir un varapalo en el Congreso. No está acostumbrado al rechazo. Lo lleva mal. Pretende dar la imagen de fortaleza, y una derrota tras tanta cesión le hace parecer un esclavo moral de los indepes. En esos momentos bajos se agarra a un estudiado victimismo, muy propio de la psicología social para las masas sentimentales. Es una buena salida. Si la gente, especialmente de izquierdas, vota por impulsos emocionales resulta una pérdida de tiempo recurrir a la razón.

Es preciso confesar que Sánchez ha convertido el victimismo en un arte. Lo borda. Se enluta en un traje oscuro, baja la voz, habla lento, mueve las manos con gestos cortos, de incomprensión, y desliza las frases preñadas de mensajes demoledores. Es capaz de dibujar un escenario en tensión, y quedar al margen, como si no tuviera nada que ver. Es más; transmite la idea de que él es la única salvación posible para no ahogarse entre la «ultraderecha» y la ruptura del país, portador de una solución que nadie quiere escuchar.

Ese arte del victimismo comienza, como hace Sánchez, poniendo en situación al oyente. España estaba hecha trizas, dice, en un «trauma colectivo» por «lo que sufrimos en el año 2017». No lo califica de «golpe», ni habla de violencia para no deslizarse por la senda del «terrorismo», sino que lo deja a la imaginación del escuchante. Sin embargo, con la omisión consigue la complicidad con el independentismo golpista. Junts insiste en que su trama no fue un golpe, sino un proceso democratizador y justo.

El orfebre del victimismo, Sánchez, hace su aparición en el relato tras colocar las piezas en el escenario. Se abre el telón, se interpone entre los duelistas, y cuenta que ha hecho lo posible para la reconciliación. Y todo a través del buenismo. Venga a dialogar, a sentarse a mesas de acuerdo, a escuchar y tomar nota, pero enfrente solo ha tenido dontancredismos, imposturas de los que no se han dado cuenta del peligro que nos acecha a todos. Pero él sí, Sánchez sabe cuál es el riesgo de no escuchar sus palabras. Todos los profetas políticos desde 1789 han coincidido en lo mismo: oídme o vencerán los enemigos del progreso.

Para hacer verosímil su cuento, el victimista recurre a ejemplos que retuerce. Dice que concedió «medidas de gracia» con los indultos, e, incomprendido, recibió el «mismo tipo de ataques» por parte de la oposición. Ahora, esa derecha no dice nada de esas decisiones porque se han dado cuenta de que se equivocaron, y de que él, Sánchez, una vez más tenía razón. Los indultos fueron el primer paso para «tranquilizar a Cataluña», que, como todo el mundo sabe allí es la parte por el todo, y el definitivo será la amnistía.

Una vez establecido en el relato que la razón y el buen sentimiento le asisten en su política queda la lección para el futuro: la oposición debe callar y aceptar que acierta de nuevo con la amnistía. Es entonces, una vez que el escenario y los personajes están definidos, justo como Sánchez quería, cuando suelta delicadamente las bombas de racimo. Es imposible antes. No se entenderían ni aceptarían sus ideas ni cesiones sin ese clímax victimista.

Solo así puede Sánchez decir que «todo el mundo sabe» que el «independentismo catalán no es terrorismo». O soltar que la ley de amnistía fue «elaborada en el Parlamento», cuando se ha escrito en Bruselas, y «pactada con seis grupos», a pesar de que únicamente depende de Junts. Y como tiene razón en todo, sabe que es constitucional. Por eso, concluye el mago del victimismo, lo lógico es que se apruebe en el Congreso. Ya. Qué suerte tenemos al contar con un Presidente que ve el futuro y encarna la verdad, que resume todos los poderes y anticipa sus decisiones.