La investidura de Sánchez

¿Y si todo era un señuelo para Pedro?

El entorno de Iglesias convierte la claudicación en una victoria: «Había que poner su nombre por delante para ganar».

El líder de Podemos tenía como prioridad preparar a Montero como sucesora ante un futuro Vistalegre III por los problemas internos de liderazgo. foto: RUBÉN MONDELO
El líder de Podemos tenía como prioridad preparar a Montero como sucesora ante un futuro Vistalegre III por los problemas internos de liderazgo. foto: RUBÉN MONDELOlarazon

El entorno de Iglesias convierte la claudicación en una victoria: «Había que poner su nombre por delante para ganar».

Pablo Iglesias ha sabido obrar con suficiente inteligencia política para guardarse su habitual prepotencia y hacerse a un lado poniendo a Pedro Sánchez en la tesitura de ser él quien ponga el pie en la puerta del acuerdo para que no se cierre.

El líder de Podemos supo recuperar la iniciativa ante la evidencia de que andaba perdiendo a chorros ese fin tan preciado en la política actual del relato. Ese mismo que, con toda la potente trompetería oficial desplegada, constataba que su desmedida ambición iba a impedir de nuevo, por segunda vez, un Gobierno del PSOE.

Pablo Iglesias andaba predispuesto para una negociación in extremis en el mes de septiembre, pero se supo en una situación extremadamente delicada cuando Pedro Sánchez lo señaló a él, y únicamente a él, como el «principal escollo» para poner en marcha el pacto. De hecho, tal cual lo compartió con su círculo más estrecho. El pesimismo era palpable.

El líder de Podemos fue perfectamente consciente de la necesidad de sacudirse la presión de encima. «Así no, Pedro, así no», murmulló sotto voce Pablo Iglesias. Tenía demasiado que perder si era percibido como el culpable del bloqueo. El parapeto de la consulta a sus inscritos (finalizada justo el día anterior de que anunciase su paso a un lado) se perdía irremediablemente por el desagüe. De poco le había servido poner en marcha ese enorme elemento de presión. Porque, además, sólo había sido percibido como «un error» que había levantado una barrera enorme en medio de la negociación con el PSOE. Debía pasar sin esperar más a la ofensiva. Y no lo dudó.

Como el movimiento se demuestra andando, la renuncia a sentarse en el Consejo de Ministros le permitió dar un giro de 180 grados al tablero político. Minutos antes de colgar el vídeo-renuncia, de apenas 50 segundos de duración, en su cuenta de Twitter, mandó a Pablo Echenique llamar a La Moncloa para dar el aviso. No quería dejar cabos sueltos. Nada debía estropear su espectacular paso. A partir de ese instante, sea cual fuese el resultado final de las conversaciones, nadie podría señalarlo como culpable de la obstrucción que abocaba al país a una nueva repetición electoral. La patata caliente volvía a estar en las manos de Pedro Sánchez.

Más todavía, Pablo Iglesias ha quedado redimido ante el votante de izquierdas de su acción de hace tres años, aquella investidura fallida de Pedro Sánchez. Inclusive ha escapado de los movimientos caprichosos y contradictorios de estas últimas semanas, que tanto habían desconcertado hasta a aquellos que ven con las mayores simpatías al jefe de los morados. Pero, además, tras su «desprendimiento personal», los suyos lo han elevado incluso a la categoría de «mártir». «Le pusieron una condición durísima –repiten una y otra vez próximos al secretario general de Podemos– y ha cumplido con creces».

Hasta hay voces significadas entre los pablistas que este fin de semana han puesto en circulación una curiosa teoría que consagra el papel negociador de su líder. Según estas personas, Pablo Iglesias, sabiendo de antemano que Pedro Sánchez vetaría su nombre como ministro, puesto que no deseaba dirigir un Gobierno en el que se sentaran dos líderes de distintas formaciones políticas (es decir, no iba a aceptar confeccionar un Ejecutivo con un «copresidente» a su lado), habría colocado su nombre por delante, «como señuelo», como «propuesta de máximos», incluso solicitando la vicepresidencia, para una vez rechazado, como ocurrió, se abriesen paso sin dificultades como ministros otras personas de la mayor confianza del jefe de Podemos tales como Irene Montero, Pablo Echenique o Rafael Mayoral. Naturalmente, si se hubiese producido de esta guisa la negociación, la jugada de Iglesias habría sido maestra.

Lo que por supuesto han demostrado las últimas horas es que la historia entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es el vivo recuerdo de que un «hasta nunca» entre ellos meramente significa «hasta dentro de un rato». El jueves pasado por la tarde todo estaba perdido. Ya casi nada se podía hacer. Todas las miradas se centraban entonces en intentar nuevos acercamientos de cara a septiembre. Y, sin embargo, poco después todo había cambiado hasta el punto de por parte de PSOE y Podemos afirmar que la entente entre ambos partidos está «sólidamente» en marcha. No es raro que a la vista de cómo se han ido produciendo los acontecimientos, a la pareja política formada por Sánchez e Iglesias, por sus continuas peleas y reconciliaciones, la hayan rebautizado como dúo «Pimpinela», recordando a los dos hermanos artistas argentinos que se aman y odian en cada canción que interpretan.

Ahora, la pelota está en el tejado de Pedro Sánchez: o demuestra su generosidad o su nombre quedará escrito en el libro de quien se llevó la alianza «entre progresistas» por delante. Así se pone en marcha el reloj de la investidura este lunes.