Política
El pío Pablo clama: dejad que los pobres del metro se acerquen a mí
Uno está dispuesto a que le descubran cosas todos los días, vivo del asombro, le grito al televisor. Por ejemplo, gracias a Pablo Iglesias, ahora he descubierto que soy pobre sin llegar a menesteroso o mendigo, todavía. Un modesto trabajador, sin más. Hombre, no es que antes creyera vivir en el top ten de Forbes, en el que, por cierto, ya no está Amancio Ortega: ha bajado al undécimo puesto, leo, pero no creo que por esto rebajen las chaquetas en Zara, como Iglesias desearía. Que Ortega no esté ahí es como no tener al Madrid en la Champions, una pena, digo yo. ¿Qué mierda de país somos sin un rico nacional e internacional entre los diez más acaudalados del mundo? Era lo que le faltaba a nuestra fatiga pandémica. En fin, que me veo pobre, como decía, después de leer la frase del día del líder podemita: «Si todos los que van en metro votan, acabaremos con el entramado mafioso». Se ve que el amado líder ha pasado de «Juego de Tronos» a «Los Soprano». En el imaginario neuronal de Pablo, todos los que utilizamos el metro somos los parias de la tierra, los descamisados, la famélica legión, o sea, pobres, parados y desposeídos. Aún no me veo en las colas del hambre, pero casi estoy pidiendo la vez. Piensa el piadoso y pío Pablo que ahí está su caladero de votos y sus devotos. Y de ahí que clame rodeado de sus monederos y echeniques: «Dejad que los pobres que van en metro se acerquen a mí».
Es previsible que continúe su campaña por el camino espiritual de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres del metro porque de ellos es la República de los cielos». También: «Dichosos los que tenéis hambre, porque seréis saciados gracias al Ingreso Mínimo Vital y a los ERTE de Yolanda Díaz». Y por ahí. Pero creo que a los pobres que viajan en metro Pablo Iglesias debería sumar los que utilizan autobús, patinete, bicicleta, carro (excluidos los que van en carro de golf), carreta, tren de cercanías, mulo, camello, tractor, tranvía, bote, segway, etc. Por todo esto y por lo que nos queda por descubrir, Ángel Gabilondo ya no seguirá diciendo: «Con este Iglesias, no». Este Ángel va en metro y trasborda en Moncloa.
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