Reino Unido
Sir Tim Laurence, de escudero de la reina Isabel a contrafuerte en Windsor
Su romance con la princesa Ana empezó con un escándalo, pero hoy ha sido distinguido con una de las condecoraciones más altas por su servicio a la Corona
L a historia de amor de Sir Tim Laurence (Londres, 1955) y la princesa Ana de Inglaterra (Londres, 1950) arrancó como la mayoría de los romances en los Windsor, en forma de folletín y animado por la tradición británica de elevar las pasiones privadas y los amores y desamores de sus reyes y príncipes a tragedias públicas. En el caso de la hija de Isabel II con su segundo marido este patrón melodramático duró poco y fue bastante más insulso que el de su hermano Carlos con Camilla Parker Bowles. Gracias a esta prudencia, Laurence, sin linaje y sin una sola gota de sangre azul en su genealogía, es hoy uno de los puntales de la Casa Windsor. Como muestra, ha sido ascendido a Caballero Gran Cruz de la Real Orden Victoriana.
A pesar de la condecoración, no se libra de que revolvamos en su pasado viajando en el tiempo hasta 1989, cuando se filtraron unas cartas privadas que Laurence, entonces oficial de la Marina y escudero de la reina Isabel, le había enviado a Ana, casada desde 1973 con Mark Phillips, un hombre propenso a las aventuras extramatrimoniales. No eran cartas picantes, sino romanticonas y afectuosas. Ni de lejos se acercaban al erotismo y al tono juguetón y apasionado de las conversaciones telefónicas que ya en esa época mantenían Carlos de Inglaterra y Camilla, conocidas como el «Tampongate».
Laurence envió al menos cuatro cartas de amor a la princesa que fueron robadas en 1989 del escritorio de la princesa, aunque nunca se han divulgado sus textos íntegros ni fragmentos exactos. Sí se sabe que eran más bien aburridas, casi filosóficas y nada obscenas. Por su contenido, el oficial estaba profundamente enamorado de ella. Dicen que, después de su primer encuentro, ya no pudo dejar de pensar en la princesa. «The Sun», el periódico británico al que llegaron esas misivas, decidió devolverlas a Scotland Yard.
«Annus horribilis»
El divorcio de Ana con Phillips se formalizó en 1992, el legendario «annus horribilis». Solo unos meses después, se casaron en Escocia, en una ceremonia privada y muy sobria. Desde entonces, ni un escándalo más, ni un quebradero más para la reina, que sobrellevó con tristeza contenida los divorcios de tres de sus cuatro hijos.
Sir Tim Laurence había tomado un mismo camino para llegar a Buckingham Palace y al corazón de la princesa Ana, el de la discreción, la disciplina y la ambición en su justa medida. Hijo de un comandante de la Royal Navy y de una maestra de escuela, siguió los pasos de su padre y fue escalando puestos de confianza hasta ser nombrado escudero de Isabel II en la década de los ochenta. Fue entonces cuando conoció a la princesa Ana y descubrió un espejo de sí mismo en su carácter austero y pragmático, muy distante de cualquier frivolidad palaciega. Fue el inicio de un destino que todavía comparten.
Transmite una imagen serena, siempre algún paso más atrás que la princesa, pero con el espíritu firme y en primera línea. No es una nota al pie de página en la biografía de la Casa Windsor, sino el contrafuerte que necesita la monarquía desde hace décadas. Buena parte de su crédito descansa actualmente sobre este sólido matrimonio unido por una misma voluntad férrea y una lealtad a prueba de cualquier adversidad.
La princesa es el miembro real más trabajador de La Firma. Su marido comparte con ella el sentido del deber, el cumplimiento sin artificios y exhibiéndose lo justo. A pesar de su aparente seriedad, son dos personas divertidas a su manera. Parcos en palabras, gastan un humor sarcástico y exquisitamente afilado, según los empleados que acaban mercadeando con lo que vieron o dejaron de ver en palacio. En una entrevista para el documental «Anne: The Princess Royal at 70», él reflexionó sobre lo que más le sorprendió al integrarse en la Familia Real: «Una de las grandes sorpresas para mí, cuando llegué por primera vez a Balmoral, Sandringham y Windsor, fue que estos lugares están llenos de risas». Confesó que en lo que no le ha convencido es en «el gusanillo de los caballos».
Nunca hubo una queja
Reservado y con fama de calmado, tuvo que adaptarse al áspero carácter de Ana, una mujer a la que le incomodan los gestos de afecto tanto como la adulación. Supo que no podía reclamar espacio, pero se conformó con la posibilidad de cumplir su deber sin rechistar, como marcaba Isabel II. Los biógrafos destacan la precisión militar de esta pareja, la primera en llegar, la última en quejarse.
En 2022, el mismo año de su fallecimiento, Isabel II quiso que su yerno estuviese presente en el balcón del Palacio de Buckingham durante el Jubileo de Platino, cuando celebró los 70 años de reinado. Solo los royals en servicio fueron invitados a ocupar el balcón, pero con él hizo una excepción.
Once años antes le había concedido la distinción de Caballero Comandante de la Real Orden Victoriana. Hoy le felicitaría por esta otra distinción con la que le honra el rey Carlos, una de las más elevadas, reservada a personas de gran confianza y dedicación a la Corona británica.