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Escándalo

El Sr. Salmones o el club de las primeras esposas: el otro debate del club de la Moraleja

Una escort escandaliza en uno de los clubes más exclusivos de España al hacer topless en la piscina

Sol, la chica expulsada del club de golf de La Moraleja larazon

Las polémicas estivales, como la canción del verano, siempre vienen de dos en dos. Y si en el 95 cantábamos tanto el Venao como el «Quiero Verte», en este 2022 postpandémico, tras la controversia mangacortismo vs mangalarguismo, nos llega ahora la dicotomía Club de las Primeras Esposas o Sr. Salmones.

Todo comienza como un apacible día cualquiera en el Club de Golf de La Moraleja, reducto privilegiado de la élite madrileña, pero pronto se convertirá en la más maravillosa escena sicalíptico-costumbrista que se recuerda desde las primeras suecas en playas mallorquinas. Así lo relata un testigo: «Llega un pavo como mamao, drogao… un viejo con una puta de veinte años, estupendona… Haciendo el show: meando en unos arbustos, se cayó al salir de la piscina…». Quizá fuera eso, o que la meretriz hacía topless en tan decoroso lugar, o el hecho de que se agarrase las tetas al grito de «¿de quién son estos melones?» mientras varios de los presentes contestaban con entusiasmo «¡del Señor Salmones!». El caso es que un grupo de señoras, conocidas como «El Club de las Primeras Esposas”», solicitaron su expulsión, que fue ejecutada con dificultad y dudosa fortuna por Alberto y El Socorrista, actores secundarios involuntarios de este vodevil impagable. El escritor y columnista José Antonio Montano, doctor en polémicas estivales y autoridad indiscutible en la materia, no duda en manifestar su entusiasmo: «Estoy fascinado con el asunto», nos dice. «El presidente Sánchez lo daba todo en el debate sobre el estado de la nación... pero solo lo vio el 8 %. España estaba pendiente del señor del pantaloncito rosa y la señorita en topless. Ellos son los verdaderos antisistema. Ahora que el podemismo lleva vida de chalet, esos dos personajes han dinamitado la pijipax burguesa de un club de La Moraleja. Ninguna Femen ha conseguido jamás lo que ha conseguido esa mujer, y no me refiero solo al volumen de las tetas. Es que ha sido punk, anarquista, indomable. ¡Pero qué maravilloso espectáculo el de la libertad! Las fuerzas represivas (el socorrista, la jefa...) intentaban doblegarla, pero era una fierecilla indomable. Y mientras, el señor del pantaloncito rosa lo miraba todo como una mezcla de Nerón del microincendio que había provocado, y de sereno Séneca. Ha sido un espectáculo más grande que la vida».

El verdadero debate estaba en el club de La MoralejafotoLa Razón

El gran José María Nieto, ilustrador y humorista gráfico, que ha seguido el caso con rigurosidad, no duda en posicionarse al lado del Sr. Salmones: «Es imposible no simpatizar con ese personaje que reacciona al desmoronamiento de su vida sofisticada con un “a la mierda todo», montando un escándalo catastrófico para su posición social. Esa imagen del perdedor fumando un pitillo, con su «together with love» en la camiseta, su pantalón corto y su calva, conmueve mi solidaridad masculina más profunda».

Y es que la kermés dominguera esconde una intrahistoria de drama familiar que la convierte en una sofisticada (en el planteamiento, quizá no tanto en la ejecución) venganza que nada tiene que envidiar a los mejores episodios de Dinastía: un divorcio complicado y la pretensión de la esposa infiel de quedarse con la membresía del elitista club desembocan en un «a mí no me echas tú que me echan ellos» escandalazo mediante. «Lo tiene todo», apunta el periodista Cristian Campos, «drogas, putas, el OPUS, sexo, alcohol, guerra de clases, inmigración rica, inmigración pobre, guantazos, bolsazos, cuernos, estoicismo, vendettas, defensores del reglamento, traidores de clase… Es imposible no sentirse magnéticamente atrapado y tomar partido».

El periodista Jose Ignacio Wert, lo hace por el «club de las primeras esposas»: «La gracia de un club privado es que vele por sus normas. Creo que el personaje más fascinante de esta historia, en la mejor tradición de Berlanga y la familia Leguineche, es el señor del polo verde que reclama airado las sanciones. Las vidas de los ricos pueden alternar (perdón por el verbo) fragmentos de Visconti con otros de Ozores, pero no conviene que estos se solapen en el mismo plano espacio-temporal».

El escritor y periodista Javier Menéndez-Flores es defensor de que «cualquiera con un mínimo de decencia verá en el señor Salmones a un referente del saber estar. Esa sangre fría, ese cuajo de titanio en un momento de máxima tensión, nos habla de un tipo que nada tiene que perder porque ya lo ha perdido todo, y un caballero debe ponerse siempre del lado de los perdedores. Al ver a alguien con semejante temple la imaginación da un brinco y situamos a míster Salmones como piloto de helicópteros en Saigón en el 68, o como miembro de los Tédax, o quizá como negociador en un asalto con rehenes. Pero la realidad es siempre mucho más prosaica: es un separado cornudo que decidió morir matando. Llegó con una bomba humana al club donde poseer un máster en tontería es requisito fundamental para ser admitido como socio y dejó que se activara solita. Pero en vez de echar a correr se quedó observando la explosión agarrado a su pitillo y con el escroto bien apretado por unas bermudas rosas. Qué arte, joder. Es el Keith Richards de los maridos despechados».

Yo aplico aquí el filtro «Pasolini», concluye Campos, un comunista de la línea dura que se posicionó a favor de la policía en los enfrentamientos con los estudiantes universitarios en la Roma de 1968 «porque los policías son hijos de pobres, vienen de las periferias, campesinas o urbanas». Es decir, que empatizo muy fuertemente con la brasileña y le deseo lo mejor en la vida. Dicho lo cual, el verdadero personaje magnético es la señora que lo graba todo, una villana que destila una refinada malevolencia agresivo-pasiva que servidor solo ha visto en las películas de Disney. Por fin España tiene una Maléfica a la altura de la original.

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