Memoria

El éxito de Itziar Castro fue ser ella misma, aunque nadie se lo permitiese

Recuerdo mi última conversación con la actriz, cuya muerte ha dejado al cine sin un corazón tan grande que ni un gran anular pudo capturarlo en su plenitud

Itziar Castro
Itziar CastroRedes sociales

En el libro «Hambre», Roxane Gay expresa lo paradójico que resulta el hecho de que cuanto más espacio ocupamos, menos visibles somos ante una sociedad gordófoba. Pero Itziar siempre estuvo empeñada en que su volumen, ajeno a la invisibilidad, pusiera en marcha el radical arte de obligar al mundo a no apartar la mirada. Se desnudaba sin tapujos y subía a sus redes vídeos en los que disfrutaba de esas playas que para tantas mujeres son un escaparate de inseguridades.

Demostraba en cada ocasión que hacerlo no era un acto de valentía, sino la puesta en marcha de sus derechos y un claro gesto de libertad. «Ha sido un éxito haber logrado que la gente reconozca mi trabajo, pero ha sido un camino arduo. Creo sinceramente que el éxito es poder ser yo misma en un mundo en el que no te dejan serlo. Tienes que ser la chica perfecta, heterosexual y delgada. Has de ser una mujer feminista, pero no demasiado; una mujer que no hable mucho y que sea políticamente correcta. Yo soy todo lo contrario», me dijo una tarde en un bar de Sant Antoni mucho antes de que el monólogo que entona America Ferrera en «Barbie», similar en su contenido, se viralizara, pues ni siquiera había sido escrito.

Estaba más que acostumbrada a los «haters». «Este verano unos italianos se metían conmigo creyendo que no les entendía, y les respondí en italiano. Si llegan a saber quién soy, se habrían callado, porque la gente que me reconoce me insulta por redes, pero rara vez en persona. A mí que me digan gorda, ballena varada o que soy insoluble no me molesta tanto. Lo que más me molesta es que me desacrediten a nivel discursivo».

Itziar Castro
Itziar CastroInstagram

Cada vez que venía a Barcelona, llamaba a sus conocidos para disfrutar de una comida entre amigos en Red Fish, uno de sus restaurantes fetiche. Quienes estaban siempre presentes en esas quedadas eran la risa y su bondad. Su cuerpo no fue nunca lo suficientemente grande para albergar su inmenso corazón.

Le molestaba que los medios (aquí levanto la mano como culpable)siempre recurriéramos a ella cuando necesitábamos a una actriz que «se mojara». Enemiga de los filtros, se atrevió a hablar del #metoo castizo tras el revuelo generado en los premios Feroz, pero cuando hablé con ella al respecto para lograr unas declaraciones para LA RAZÓN, no dudó en pararme los pies con respeto.

Harta de ser la follonera

Ella ya había hablado en X y en Europa Press sobre el tema y estaba cansada de ser, y estas fueron sus palabras exactas, «la tía que lucha siempre contra el mundo». Quería trabajar, no ser la follonera de los medios. Deseaba que se hablara más de cómo interpreta que de lo que pesa, pero estaba orgullosa de no ser conocida ya como «la gorda del cine español», sino como Itziar Castro. Los comentarios acerca de su peso, esos que muchos no se han callado tras su muerte, demostrando una falta de ética y de humanidad pasmosas, emergían cada vez que subía un vídeo en el que comía. «Estoy convencida de si hiciéramos un reto con una foto en la que poso sexy comiéndome una hamburguesa y la misma foto con una buenorra, los comentarios serían diferentes», me decía.

Hablar con ella era siempre asistir a un reñido partido de tenis en el que la actriz daba raquetazos a las pelotas envenenadas sin perder jamás la sonrisa, pero tampoco su combatividad. «No me invitan a las fiestas de moda. No soy lo suficientemente guapa, cool ni divina, según su canon, claro», me confesó tomando un vermut nuestra Selena Williams de las injusticias. Era talento, bondad y simpatía. Merece descansar en paz y sin nadie que repita «se veía venir». Lo único que se vio venir es que la fama no corrompe a todos.