Argentina

Marujita Díaz la monta en el funeral de Sara Montiel

La actriz, junto a José Manuel Parada y un amigo de la artista, el miércoles en la entrada de la Iglesia de La Concepción de Madrid
La actriz, junto a José Manuel Parada y un amigo de la artista, el miércoles en la entrada de la Iglesia de La Concepción de Madridlarazon

No puede hablarse de un adiós multitudinario, rendido y lloroso. Más bien todo lo contrario, porque volvimos a demostrar que somos un país cainita. Al funeral de Sara Montiel no acudió ni una sola representación oficial, ni siquiera personalidades del cine, al que Antonia dio tanto. Tampoco políticos, como Jaime Lissavetzky, quien sí estuvo en su entierro, y ya no digamos las autoridades del ministerio, nuevamente insensibles. La ceremonia se asemejó al guión de algunos de los melodramas en los que tanto brilló la manchega, ya tan universal como Dulcinea. Hice un repaso triste a los escasos rostros conocidos que acudieron a la Iglesia de La Concepción. Los numerosos informadores que se dieron cita buscaban el gesto compungido que no se vio en Rosa Valenty. No faltó su peluquero, Rupert, que la peinó en Argentina, ni un Pablo Sebastián apenado con cara de tanguero. Fue el último pianista que la acompañó durante los conciertos multitudinarios y daba fe de que el mito resistía desde que dejó el cine «para no tener que desnudarme. El pecho sólo lo enseño cuando quiero», repetía con una postura púdica que me recordaba a la de una Rocío que no estuvo entre sus amigas.

El atardecer fue tórrido menos en la memoria y el ardor guerrero de Marujita Díaz con un refajo atigrado y una pose agresiva, como anoche mostró en Sálvame de Luxe. «¡Que la dejen en paz!», arremetió, aparentemente defensora de quien en tiempos fue su gran amiga. Luego se torcieron las cosas, siguieron caminos opuestos y una distinta decadencia. En Sara siempre remarcada por una cabeza muy bien puesta. Consciente de la complicidad que tuvieron, Maruja casi se consideró de la familia y se sentó al lado de los perplejos Thais, Zeus y Angelines, la única hermana Abad que sobrevive. Elpidia murió hace siete años, a los 91, y Sara ha muerto a los 86. Eran hermanastras, porque su padre se casó dos veces. Elpidia aprovechaba el aceite de oliva cocinado para hacer pastillas de jabón que luego me regalaba.

Faltaron sus seguidores incondicionales de Elche, así como la gente de su Tabarca carnavalesca: «Sara buscaba raíces populares hasta el último minuto», dijo su mánager Carmen Grey, que ese día cumplía años. «Lo pensábamos celebrar en su casa. Lo tenía todo organizado, para que digan que estaba arruinada», lamentó dolorida, mientras Luis Fernando aplacó a la airada Marujita, que hizo que los niños se cambiaran de banco con su tía Angelines. Fue lo nunca visto. Le dijeron de todo, mientras los asistentes repasaban el poema que León Felipe la dedicó en México cuando eran novios: «En tus bellos pardos ojos/ el sol de La Mancha ríe / en tu boca los claveles hacen nido.../ La Mancha es en ti mujer/ y en mi corazón el dardo...».