Muere Sara Montiel

«Sara estaba enamorada de mí»

JOSÉ A. ROMÁN MARCOS / CANTANTE LÍRICO. El barítono que compartió escenario con Sara Montiel cuenta su relación de amor y amistad y cómo renunció a casarse con ella por miedo a la presión mediática

La última vez que la entrañable pareja se dio cita fue en el 85º aniversario de Sara, el 10 de mayo.
La última vez que la entrañable pareja se dio cita fue en el 85º aniversario de Sara, el 10 de mayo.larazon

«Yo la quería como artista y como persona». José Antonio Román Marcos conoció a Sara Montiel hace apenas tres años, y al momento se hicieron íntimos. Una relación muy especial surgió entre la artista y este cantante lírico y maestro de capilla del Misterio de Elche que ha sido discípulo de voces como Montserrat Caballé, Alfredo Kraus o Paul Schilhawski. En la actualidad, lleva una vida sencilla impartiendo clases en el Conservatorio de Elche, donde reside. Él ya se había enamorado de Sara como cantante, pero conocerla le cambió la vida. Ahora, seis días después del inesperado fallecimiento de la manchega, cuenta en exclusiva para LA RAZÓN cómo era la vida junto a Saritísima, la relación que mantenían y sus últimos meses.

–Usted y Sara eran grandes amigos. ¿Cómo está viviendo estos momentos?

–Estoy tan triste y disgustado que no tengo ni hambre. Nuestra amistad era profunda y sincera. Aunque tuvimos poco tiempo, hemos compartido muchas vivencias y muy intensas. Yo era una persona muy importante en su vida, y ella en la mía.

–¿Cuándo se conocieron?

–La vi por primera vez cuando tenía 17 años –ahora tengo 73–, en su primer espectáculo, «Sara Montiel en persona». La había admirado siempre y pensé que me iba a dar un infarto. Más de 50 años después, un amigo común nos presentó y comimos juntos en Tabarca. Yo era el hombre más afortunado del mundo.

–¿Cómo fue esa primera impresión?

–Indescriptible. No sé cómo, pero le caí bien. Trabamos amistad rápidamente, y después de esa primera vez, vinieron muchas más. Ella era una persona arrolladora, un torbellino, alguien con una gran fuerza y energía, que, además, tenía un enorme sentido del humor. Era imposible no hacerse su amigo. Compartíamos una amistad profunda y especial pero un poco oculta.

–¿Por qué se ocultaban?

–Los rumores empezaron a correr en seguida, y yo no podía con ello. Mi trabajo es algo muy serio, que me tomo a rajatabla y que, además, me encanta. No quería salir en las revistas del corazón, a pesar de que a Sara le gustaba «mostrarse». Cuando estábamos de viaje por Levante siempre quería visitar grandes ciudades, pero yo le pedía que fuéramos a sitios con menos gente, que nos perdiéramos un poco.

–¿Y cómo siguió después su relación?

–En 2010 hicimos un concierto magnífico en Elche, donde Sara pasaba grandes temporadas. Cantar juntos era una de las cosas que más nos gustaba. Después grabamos un disco en el que aparecían nuestros duetos, «Llegó con el alba», y ahora estábamos planeando grabar alguno más: Thais estaba buscando buenas canciones.

–¿Se convirtieron en íntimos?

–Desde luego. Hablaba con Sara todos los días por lo menos una hora. Raro era el día que no la llamaba, pero a veces me agobiaba porque tenía que madrugar y trabajar y ella tenía todo el tiempo del mundo para mí. Y eso pasaba también cuando nos veíamos. De hecho, iba a llamarla el sábado previo a su viaje, pero pensé que sería mejor a primera hora del domingo para dejarla descansar. Y fue demasiado tarde.

–¿Confiaba Sara en usted?

–Plenamente. Yo la ayudé mucho cuando sucedió todo lo de su administrador, Francisco Fernández, que encizañó todo, y Sara me decía: «Te espero cada día como agua de mayo». Era muy humana y aunque se dicen muchas cosas –como lo fuerte de su genio y de su carácter–, era una persona tan bondadosa que en muchos casos se aprovechaban de ella.

–¿Se refiere a la relación con sus hijos?

–Son los dos magníficos y la adoraban. En los últimos meses estaba siempre con ellos y con Ana, su asistenta, aunque hay problemas como en todas las familias. Pero Thais es muy cariñosa y cuidaba mucho de su madre. El problema era que Sara era tan buena que, a veces, los hijos la explotaban económicamente. Algunas conversaciones que yo escuché sobre temas de dinero fueron un poco desagradables.

–¿Qué había exactamente entre ustedes?

–Una gran afinidad y complicidad. Pero yo no quería todo el circo que acompañaba a una relación con la gran Sara Montiel. No quería venderme ni aprovecharme de ella, pero, a pesar de su edad, tenía un gran atractivo, y muchas veces me entraba hambre...

–¿Cree que alguien piensa que quería usted aprovecharse?

–¿Cómo no lo van a pensar? Pero desde el principio tuve muy claro que no quería ser «otro cubano», como Tony Hernández. No buscaba enriquecerme a su costa. Si el plan hubiera sido casarnos, tal vez. Pero no quería ser el capricho de una diva, que es lo que pensé al principio que era. Siempre le decía que cuando estaba con ella me parecía estar volando, y me decía: «¡Pues aterriza!». De todas formas, a mí siempre me costó dinero estar con Sara, porque yo pagaba todos nuestros viajes y me gustaba invitar cuando salíamos.

–Llegó a confesar que estaba enamorada de usted.

–Si lo dijo es que es verdad. Era una mujer desbordante. Yo vi hasta qué punto podía volver loco a un hombre. En todos los sentidos, pero también en lo físico. Era un torbellino, un huracán, e incansable. No sé cómo explicarlo. Ella siempre hablaba de mí como su «amigo íntimo»... Pero Sara ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Es inimaginable cuánto la echo de menos.

–¿Le hablaba de sus antiguos amores?

–Me hablaba de todo, y por su carácter abierto y permisivo, justificaba cualquier cosa. De Tony Hernández siempre me habló genial; le defendía amparándose en que la cultura cubana es diferente, más relajada. Pero a mí me duele ver algunas cosas, como el otro día en el cementerio, cuando tuvo que ir Giancarlo Viola a montar el espectáculo. Yo llevaba el féretro y me repugnó ver semejante paripé.

–¿Estuvo en el tanatorio y en el cementerio?

–Sí, y fue precioso porque pude verla por última vez: al final de la noche, en el tanatorio, abrieron el féretro unos minutos. Y Sara estaba preciosa.

–¿Tuvo algún otro romance que lograra mantener en secreto?

–Era muy fiel. Cuando estaba con un hombre, estaba sólo con él, así que cuando llegó Pepe Tous, se acabó todo lo demás.

–¿Y pasó eso cuando ustedes empezaron a verse?

–En cierto modo, sí. La cuestión es que yo la quería muchísimo, y ella me quería muchísimo a mí. Pero me costaba su estilo de vida y todo lo que suponía. Además, era una gran estrella y todo debía girar siempre en torno a ella. Repito, si el plan hubiera sido casarnos, yo habría dicho que sí. Pero no quería ser el foco de atención de la prensa rosa.

–¿Cómo la encontraba últimamente?

–Como siempre, derrochando personalidad y una sensualidad tremenda. Siempre ha sido muy bonita, y aunque había engordado un poco, seguía teniendo una piel preciosa. Era coqueta, siempre se esforzaba por estar guapa. Además, era muy sacrificada, y nunca se quejaba de nada. Tenía muchísimas ganas de vivir, aunque le fastidiaba el problema de la vista, que le había restado independencia.

–A pesar de ello, seguía teniendo una ajetreada vida social...

–Sí, salía mucho, por lo menos dos noches a la semana. Pero, por ejemplo, no le gustaba ir caminando a ninguna parte, porque, por su problema de mácula, no era capaz de calcular la distancia al suelo y se tropezaba con frecuencia. Por eso en los últimos conciertos tenía que tomar medidas previamente. Pero también había algo extraño en ella, porque había días enteros en los que se quedaba en casa sin hacer nada.

–¿Alguna anécdota divertida a su lado?

–Sara era espléndida siempre, y nunca paraba de hacer bromas. Pero en una ocasión que quedamos a cenar, venía de una gala y fue todo precipitado, así que metió el collar de Chopard que llevaba –valorado en 300.000 euros– en el bolso. Me dijo que se lo vigilara, que tenía que ir al baño, y que lo cuidara bien porque, además del collar, ¡tenía muchísimo dinero en efectivo! Sería descortés decir la cifra pero era más que una fortuna. ¡Casi me da un infarto! La regañé y le expliqué que no podía llevar tanto dinero encima, pero no se fiaba de nadie, ni siquiera de los bancos, así que lo guardaba casi todo en casa.

–Entonces, ¿no son ciertos los rumores que afirman que pasaba apuros económicos?

–En absoluto. Tenía muchísimo dinero. Es verdad que la estafaron, pero vendió cinco pisos y aún mantenía el del barrio de Salamanca, además de otros dos apartamentos. Poseía magníficas obras de arte y un sinfín de joyas. Todo se lo ha dejado a sus hijos... Aunque es verdad que ellos esperaban heredar más. Ojalá sepan llevar bien este tema.