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Va por usted, Irene: queda suspendida mi cena con Scarlett Johansson

Scarlett Johansson
Scarlett JohanssonJay MaidmentAP

El general Sanz Roldán, exjefe del CNI, tiene sentido del humor. Cuentan que cada mañana entraba en el despacho preguntando: «¿Alguna llamada de Scarlett Johansson?». La secretaria negaba con la cabeza sonriendo. No tuvo suerte. Ahora, la Johansson presenta en España «Viuda negra», y lo primero que declara es su rebeldía contra el papel de mito erótico que Hollywood le asignó en su día, aunque tampoco ella hizo mucho por obviar su evidente jugosidad carnal. No quiere ser una estrella hipersexualizada y la femme fatale clásica. Dice: «Si antes el poder de mi personaje era la seducción, ahora lo es su vulnerabilidad». Las cosas han cambiado y a qué ritmo, qué diría Iceta. Para alegría de Alberto Garzón, el ministro enemigo del chuletón, también confiesa: «Las superheroínas ya no somos un trozo de carne». Por si se me escapa una coña tipo «en todo caso, tú siempre serás para mí el mejor solomillo» y en esta etapa vegetariana me denuncia a MeToo amparándose en la nueva ley de Irene Montero, no sé si en la tres o en la dos, que no llevo la cuenta, he decidido con mucho dolor suspender la cena prevista con ella. La ministra de Igualdad me he quitado ese peso de encima, y quizá también el bochorno de no estar a la altura: aunque a pesar de la edad el deseo se mantiene firme, ahí debe de estar, en las ganitas, la única firmeza que a uno le queda. La tentación de un roce de rodilla por debajo de la mesa podía haber sido fatal. Y no digo nada del empleo de mis armas de seducción masiva en modo anécdotas. Por ejemplo, contarle que en distintas ocasiones, incluso en su domicilio, Sara Montiel se levantó el top y me enseñó sus rotundos pechos para demostrarme que, en contra de lo que alguna mala pécora comentaba por ahí, no se los había operado jamás.

O que Sofía Loren me preparó hace muchos años, en su caravana plantada en el desierto almeriense, espaguetis con almejas frescas, con la carga onírico-sexual felliniana que eso supone. Total, acoso oral claro. A partir de ahora, Irene, solo citas con el médico. Ah, y tampoco le enviaré flores a Scarlett, no sea que los capullos en flor también estén penados.