
Nuevo libro
Michelle Obama y el peinado como política de Estado
La ex Primera Dama publica The Look, un libro de imágenes -y confesiones- donde por fin explica el peaje íntimo, cotidiano y silencioso de ser la primera mujer negra en el papel más vigilado del mundo: la esposa del presidente de Estados Unidos

Hay verdades que solo pueden contarse cuando ya se han ganado. Y hay mujeres que solo pueden contarlas cuando ya no hay nada que demostrar. Michelle Obama, a los 61 años, está en ese punto exacto: sin deuda con nadie, sin necesidad de ser aprobada por Washington, sin miedo al espejo (ni al lente).
Y lo dice ella misma, con esa mezcla de Harvard y south side: el tema no era el vestido. El tema nunca fue la chaqueta de punto. El tema era que el cuerpo -y el cabello- de la primera mujer negra que pisó la Casa Blanca estaba siendo leído como ideología.
Supervivencia simbólica
Durante décadas, la crónica estética de las primeras damas fue casi zoológica y casi cómica: Nancy Reagan y su bouffant inamovible; Jacqueline Kennedy y su rutina de 75 cepilladas antes de dormir. Pero con Michelle Obama el juego se hizo nuclear. Porque por primera vez, la textura -rizada, ensortijada, densa- tenía política incrustada. Y no se lo podía permitir.

Ese es el gran relato íntimo que ella suelta ahora: llevó el pelo liso ocho años. No por vanidad. Por estrategia de supervivencia simbólica.
"No quería crear otra distracción", escribe. Primero, que este país me entienda por mi trabajo. Luego hablamos de rizos. Lo escribe sin rencor y sin épica victimista. Lo escribe como una mujer que entiende que la respetabilidad fue, durante generaciones, la única puerta de acceso a la legitimidad para millones de mujeres negras profesionales. "Nadie llevaba trenzas. Nuestras madres no lo hacían". Alisado químico con diez años. La "libertad" era un espejismo.

Y, sin embargo, mientras ella alisaba y planchaba, fuera de cámara el mundo cambiaba: la industria del cabello afro se volvió multimillonaria, actrices negras en Hollywood se pasaron a texturas naturales, miles de mujeres hicieron "el gran corte". Michelle lo veía. Pero su rol, en ese momento histórico, requería guion controlado.
En The Look, ella por fin narra el backstage: el proceso de empezar a usar pelucas y extensiones para dejar descansar su pelo real, el asesoramiento de Johnny Wright -su peluquero-, el descubrimiento de ese subuniverso técnico, geopolítico y económico de calor, productos, herramientas, texturas. Y cómo en el segundo mandato -cuando ya nada podía quitarle el peso simbólico de haber sido- empezó a asomarse la otra Michelle: la de diseñadores más audaces y el fleco menos obediente.

No es casualidad que en actos públicos recientes, incluyendo la presentación de su retrato oficial en 2022, haya aparecido con largas trenzas sin nudos. Es manifiesto. Es tesis política. Es reparación histórica. Es el mensaje que, dice ella, quiere dejar a las jóvenes: "Las trenzas me dan libertad".
Y sí: hoy puede jugar. Durante la promoción del libro dice: "Soy como su muñeca. Me pondré lo que quieran". Pero es una libertad que se ha ganado. Porque cuando acabe la gira, advierte, volverá a sus trenzas. Las suyas. Las de verdad. Las que ahora -por fin- no necesita explicar.
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