
Empresarios hosteleros
La vida sin títulos de los marqueses de Mariño
Han cumplido diez años de amor y juntos llevan la dirección de Trocadero Commodore, el sitio donde uno se cruza con un Abelló o un Borbón sin que nadie se inmute

Celebrar diez años de matrimonio es siempre un motivo especial. Para Luis Sartorius y Bárbara Pérez Manzarbeitia, marqueses de Mariño, este aniversario es además la ocasión para reflexionar sobre el camino recorrido, tanto en lo personal como en lo profesional. Desde que se conocieron en 2010, han formado una familia con cuatro hijos y han emprendido proyectos ambiciosos en el mundo de la restauración, como la gestión del Trocadero Commodore, una marca propiedad de su íntimo, el también noble, Dionisio Hernández-Gil que triunfa con su grupo de Tarifa a Málaga, y que ha devuelto la vida a un espacio icónico de Madrid que formó parte del pulso social, tanto que allí se fraguó el nombramiento de Don Juan Carlos como sucesor al título de Rey. El rastro regio no lo han perdido, porque las sobrinas de Felipe VI, Irene Urdangarin y Victoria Federica de Marichalar, son asiduas «al flamenco y las noches de copas» de este local madrileño.
Su historia familiar refleja la naturalidad con la que afrontan cada etapa. Bárbara es madre de Emiliano, de 22 años, y Bárbara, de 18, fruto de su primer matrimonio con Emiliano Suárez. Está emocionada porque su hija, que es un bellezón, ha empezado a estudiar en Milán. Con Luis ha tenido a Luis Vicente, de 14, e Isabel, de 13. «Más allá de quién es hijo de quién, los cuatro forman parte de nuestra familia», subraya Luis.
El título de marqueses de Mariño, que data de la época de Felipe V y ha pasado por tres linajes distintos, no es para ellos un elemento definitorio. Luis lo heredó sin dificultades, a pesar de tener hermanas mayores. «Nunca hubo problemas de sucesión. Pero tampoco le damos importancia. A mí no me sirve de nada en la vida práctica. Es algo bonito, familiar, que a mis padres les hace ilusión, pero nada más», explica. Tan poca relevancia le dan que ni siquiera han contado aún a su hijo Vicente que lo heredará en el futuro. «Pensamos que hoy lo que cuenta de verdad es la cultura del esfuerzo. La nobleza puede sonar bien, puede abrir alguna puerta, pero sin trabajo y resultados no hay nada», apuntan Luis y Bárbara. Ese espíritu trabajador fue clave a la hora de emprender la aventura de Trocadero Commodore. Convertir un concepto nacido en Marbella, ligado a la playa y a la brisa del mar, en un restaurante urbano en plena Castellana, era un desafío. «Sabíamos que sería complicado. Mucha gente nos contaba que se habían casado aquí, que este lugar formaba parte de su historia, y les hacía ilusión que volviera a nacer», recuerda Bárbara.
Luis lo resume con humor: «En Marbella tenemos la orilla del mar; en Madrid, la orilla de la Castellana». Con esa actitud, el proyecto tomó forma. La carta se actualiza constantemente y les ronda la idea de dar cocido entre semana. «Podemos organizar celebraciones para seiscientas personas o cenas privadas para veinticinco. Esa flexibilidad es una ventaja en Madrid, aunque también nos obliga a un esfuerzo diario enorme», señala Luis.
Las noches de flamenco de los jueves se han convertido en una cita obligada, organizadas por María del Prado, esposa de Pablo de Hohenlohe, que logra reunir a lo más selecto de la sociedad madrileña. Tras el espectáculo, llegan más de cuatrocientos jóvenes para disfrutar de las copas, muchos de ellos hijos de amigos y conocidos. «Es bonito porque coinciden padres e hijos en el mismo espacio: unos cenan, otros bailan, y todos comparten la experiencia», dice Bárbara. La historia de este proyecto está marcada por la amistad y la lealtad de dos familias que se adoran y se caracteriza porque ambas huyen del protagonismo. «Con Dioni somos amigos desde los 17 o 18 años. Fui socio en el primer Trocadero en 1995, él se quedó en Marbella y cuando surgió la idea de abrir en Madrid pensó en nosotros», cuenta Luis. Esa filosofía se refleja también en el equipo: «Trabajamos solo con gente cercana: el hijo de la peluquera de Luis, la hija de la que hace la manicura; Manu, hijo de la secretaria de la residencia de un familiar… Al final, esto se convierte en una familia», explica Bárbara. El lugar cuenta con unos cincuenta empleados fijos y mantiene un estilo de gestión muy personal. «Lo importante no es solo la cocina, sino el trato. Compartimos nuestro teléfono, la gente se siente en su casa. Decimos que sí siempre que podemos y buscamos soluciones a medida», apunta Luis. Su experiencia previa en proyectos tan dispares como La Vaquería o Sushita les ha dado una visión amplia de la restauración. En Trocadero no podía faltar la carta japonesa, con rolls y nigiris, parte del sello del grupo. Al frente de la cocina está el laureado chef Antonio Madrigal.
Su hermana Isabel
Hablando de olores y sabores, la conversación se traslada hasta su infancia en Perú, donde Luis vivió de los 9 a los 13 años por el segundo matrimonio de su madre, Isabel Zorraquín, con un ministro peruano. «El olor de las calles de Lima me acompaña siempre», confiesa. Más tarde, su vida también estuvo marcada por la cercanía con la Casa Real. Cuando su hermana Isabel mantenía una relación con el entonces príncipe Felipe, «venía mucho al campo, yo iba jugar al pádel en Marivent. Éramos todos muy jóvenes». Con humor, recuerda la última vez que se cruzó con el hoy rey Felipe VI: «Fue de casualidad, en una gasolinera en Baqueira. Estaba en la cola, como todo el mundo». De esa época, destaca la presión innecesaria que sufrió su hermana y toda la familia, que vivió años con ocho coches de paparazzi apostados en la puerta de su casa. «Fue brutal», incide. Toda la charla se trufa con momentos cercanos con los empleados. «Su padre es amigo», recalca. Ambos destacan la energía de Madrid. «Es una ciudad emergente, segura y amigable. A diferencia de Barcelona, más cerrada, Madrid es de todos y de nadie a la vez», reflexiona Bárbara, mientras ambos encaran una nueva temporada a la conquista del exigente El Viso, el barrio más chic, pero menos ostentoso de Madrid.
Un fiestón sin photocall de 500 invitados
Si usted tiene la suerte de recibir un «whatsapp» de invitación a la fiesta de reentré de Trocadero Commodore por parte Dionisio Hernández-Gil, su mujer Marianthi; de Luis Sartorius o de Bárbara Pérez, considérese dentro del círculo de personas afines al círculo. No espere una invitación de una agencia de prensa, ni flashes de fotógrafos, aunque sus convocatorias podrían llenar páginas del «Tatler» patrio. «Que haya photocall es de mal gusto. Queríamos un encuentro entre amigos para agradecer la confianza y arrancar la temporada», detalla Luis Sartorius. Medio Ibex estaba presente, el poder sin cara junto con muchos rostros conocidos, como la escritora Marta Robles, María León Castillejo, Begoña García- Vaquero, Santiago Pedraz y personajes que estrenaban acompañante como José Manuel Díaz-Patón, ex de Ágatha Ruiz de la Prada, entre otros.
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