Atlético de Madrid

España

Juan Carlos Valerón

La Razón
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Leo con felicidad que medita jugar un año más. Aquel muchacho flaquito que un día encandiló a toda España, protagoniza uno de los prodigios técnicos más elegantes que se han visto por nuestros campos.

Valerón ha sido duende en un cuento de hadas, desde que saliera del filial de la UD Las Palmas hasta conquistar Copa y Supercopas con el Deportivo, donde luce hace once años. Desde aquella noche de Salerno, cuando se enfundó la roja por primera vez, lo contemplé como una suerte de Zidane a la española. Un superclase doméstico que jamás rompió un plato por temor a meter ruido.

Hombre de profunda religiosidad, portador de los valores del humanismo, futbolista de fe, humildad y generosidad desmedida, prefirió siempre regalar el éxito a sus compañeros antes que embriagarse en el estrellato. Un toque sutil, un pase medido, un balón allí donde nadie lo espera, una oración de cuero que nos recuerda que, en el fútbol, Dios también existe. Eso es Valerón. Un ser admirable capaz de soportar el sufrimiento en solitario.

Mientras medita seguir una temporada más, me imagino la felicidad de los balones, conscientes de que alguien más los tratará con la dulzura y la suavidad de quien te manda un pase convirtiendo el esférico en un oso de peluche. Siempre recordaré aquellas mesas del bar de la Cofradía de Pescadores de Arguineguín, con manteles de papel, donde Vicente Miranda nos relató, ante un rojo atardecer de Gran Canaria, que allí había nacido un futbolista para la gloria, un juvenil amarillo. Las mujeres siguieron cosiendo las redes de los barcos en medio de un intenso olor a sal y al viento del Atlántico, ajenas al genio.