Caracas

Colombia como referente

La Razón
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La arrolladora victoria de Juan Manuel Santos en las elecciones presidenciales de Colombia no deja lugar a dudas sobre la decidida voluntad de los colombianos de culminar la etapa de su predecesor, Álvaro Uribe, seguramente la más brillante y beneficiosa que ha vivido el país desde hace décadas. El resultado electoral es también muy beneficioso para España y para la Unión Europea en la medida en que afianza la gobernabilidad, consolida la alternativa democrática en Iberoamérica e impulsa al país hacia un mayor intercambio económico, mercantil y cultural. Son numerosos y muy serios los retos a los que se enfrenta Santos, entre ellos un desempleo muy elevado, la pobreza que afecta a amplios sectores de la población y la lucha contra el narcoterrorismo. Pero también es cierto que Colombia es, junto a Brasil, el país iberoamericano mejor colocado para el despegue económico, para mejorar sustancialmente el bienestar social y para convertirse en una gran potencia. Si a ello se añade que los terroristas de las FARC están mucho más cerca de la derrota gracias a la férrea política de Uribe, el horizonte que se le abre al pueblo colombiano es el más esperanzador de la zona. No hay más que comparar las cotas de progreso en todos los órdenes alcanzadas por el país en la última década con el derrumbre democrático, económico, social y de prestigio internacional que ha sufrido la vecina Venezuela bajo la bota de Hugo Chávez, caricatura exacta de un Tirano Banderas al que apoyan las izquierdas americana y europea. Mientras Colombia ha crecido estos años por encima del 3%, Venezuela se ha hundido en cotas del -5,8% en el primer trimestre de 2010. Y otra diferencia sustancial: mientras Uribe no pudo presentarse a una tercera reelección porque el Tribunal Constitucional vetó la reforma legal necesaria, Chávez ha perseguido, liquidado y encarcelado a cuantos jueces se han opuesto a su deseo de perpetuarse en el poder. Es la misma diferencia que separa una democracia de una dictadura. Otro país fronterizo, el Ecuador de Rafael Correa, tampoco resiste la comparación. Sería muy deseable, no obstante, que el nuevo Gobierno de Santos hiciera todo lo razonable para restablecer los buenos lazos de vecindad con ambos regímenes populistas, dando por sentado que tanto Caracas como Quito dejarán de ayudar y proteger a los terroristas de las FARC. En cuanto a España, también convendría a los intereses de la nación y de los ideales democráticos que el Gobierno socialista apreciara las diferencias y actuara en consecuencia. Es decir, que deje de bailarles el agua a los sátrapas caribeños y bolivarianos, desde los Castro hasta Chávez, pasando por el nicaragüense Ortega y el boliviano Evo Morales, y que apueste por países serios, respetuosos con los derechos humanos y fiables jurídicamente. Colombia está llamada a jugar un papel fundamental en Iberoamérica como dique de contención a las dictaduras populistas y España tiene el deber de situarse inequívocamente a su lado. El camino del progreso y de la libertad en el continente hispano lo marcan naciones como la colombiana y dirigentes como Uribe y Santos.