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Toledo

Amalia Avia de puertas adentro

La pintora, viuda de Lucio Muñoz, falleció en Madrid a los 84 años

Las calles, las fachadas de edificios, comercios y garajes de Madrid fueron atrapados en la tela.
Las calles, las fachadas de edificios, comercios y garajes de Madrid fueron atrapados en la tela.larazon

Su última exposición la colgó en Madrid, en la galería Juan Gris, en 2004. Ya estaba enferma y después guardó los pinceles y no volvió a pintar. Su familia, de vez en cuando, prestaba alguna obra suya para exponer, pero Amalia Avia ya no tenía ni la fuerza ni el brillo en los ojos que recuerdan sus compañeros de generación. Mucho más que compañeros, amigos, aquellos con los que compartió un presente que se hizo futuro. Y que se llamaban Antonio (López), Esperanza (Parada), Julio (López Hernández), María (Moreno), Lucio (Muñoz), Enrique (Gran)... y que han pasado a la historia del arte español. Amalia Avia nació en Santa Cruz de la Zarza (Toledo) el 23 de abril de 1926, pero desarrolló buena parte de su carrera artística en la capital, donde se inspiró y donde copió, sobre todo, sus calles, y sus portalones, con maderas un punto agrietadas, en verdes botella oscurecidos.


La cantera del estudio Peña
Avia, que recibirá sepultura en el cementerio civil de Madrid, donde reposan los restos de su marido, Lucio Muñoz, comenzó su carrera en los años 50, en el estudio de Eduardo Peña, en Madrid, un centro en el que coincidiría con varios compañeros de generación, un lugar para el arte en el que también se cultivaba la amistad y en el se fraguó, con una unión a prueba de fisuras, la amistad del grupo realista con Esperanza Parada (esposa de Julio López Hernández), Antonio López (que se casaría con María Moreno), Isabel Quintanilla, Francisco López Hernández y, sobre todo, a Lucio Muñoz, aunque le admirasen otros artistas con los que no compartió movimiento, pero sí años de trabajo, como Rafael Canogar, quien la recuerda como «una mujer con la que tuve, con ella y con Lucio, una gran cercanía. Perdemos una manera muy personal de entender el realismo, a una artista con un mundo propio, suyo únicamente, a quien se debe hacer, quizá dentro de unos años, justicia. Su figuración es particularísima. Su realismo es Amalia, porque era como ella, único».

Su primera exposición se celebró en 1959 en la galería Fernando Fe, de Madrid, aunque cinco años más tarde pasó a ser artista de Juana Mordó y Biosca, para vinculatse a partir de 1995 a Juan Gris. Amalia Avia era una mujer menuda y vivaracha que intervenía en conversaciones y que daba su opinión, una mujer que se quedó tan fascinada por Lucio Muñoz (con quien no compartía estilo) como Lucio de ella. Junto a sus amigos formó parte de numerosas exposiciones dedicadas al realismo pictórico en España desde la segunda mitad del siglo XX. Dicen quienes la conocieromn bien que cuando Lucio Muñoz quería pintar algo figurativo se lo encargaba a ella, tal era su complicidad. Cuando falleció su marido en 1998, Amalia ya no fue la misma y su luz se fue apagando poco a poco. En 1992, la Casa de las Alhajas de Madrid acogió la muestra «Otra realidad: compañeros en Madrid», que da fe de esa generación de artistas que surgió alrededor de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y a la que también se unieron nombres abstractos como los de Joaquín Ramo y Enrique Gran.


Segunda juventud

En 2004, Amalia Avia publicó en el libro «De puertas adentro» sus memorias (Taurus, 2004), que reflejan su vida llena de contrastes, con una infancia y primera juventud marcadas por la tragedia de la guerra y una segunda etapa feliz en el entorno del mundo del arte.Las calles, las fachadas de edificios, comercios y garajes de Madrid fueron atrapados en la tela. y es que Avia reflejaba la huella del tiempo. Las figuras humanas fueron objeto de su interés al principio de su carrera, pero progresivamente las hizo a un lado hasta que se diluyeron.


Madrid, en la tela
Las calles, las fachadas de edificios, comercios y garajes de Madrid fueron atrapados en la tela. Y en ellos Avia reflejaba la huella del tiempo. Las figuras humanas fueron objeto de su interés al principio de su carrera, pero progresivamente las hizo a un lado hasta que se diluyeron y resultaban una anécdota casi.