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Pekín

«Ya no voy al teatro soy incapaz»

Un piano, un bosque de atrezo, una troupe de acróbatas chinos y un ajuste de cuentas con la humanidad. Angélica Li- ddell estrena «Maldito sea el hombre que confía en el hombre: un project d'alphabétisation».

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-Maldice al hombre que confía en el hombre. ¿Tan pesimista es?
-Sí, me han obligado a serlo. Cuando has confiado mucho y traicionan esa confianza, la maldices, y a ti mismo. El título es una frase de la Biblia que he experimentado con fuerza en estos tres últimos años.

-¿Han sido malos en lo personal?
-Sí. Si no, no existiría mi anterior trabajo, «La casa de la fuerza».

-Estructura este estreno igual que un abecedario. ¿Cómo es?
-Es un abecedario en francés, una palabra para cada letra del alfabeto, porque se juntaron varias necesidades: la primera, aprender un nuevo idioma, porque me iba a currar a Francia; luego, una necesidad de renombrar el mundo desde el odio, la rabia, la desesperación.

-Supongo que habla, en el fondo, de la condición humna.
-Claro, no se puede hablar de otra cosa. Además de una confianza en lo humano. Y también de la inocencia perdida. 

-Pero, como la rabia, es una constante en su obra. ¿Qué ha cambiado respecto a su trilogía o a otras acciones más recientes?
-A veces uno piensa que hace una obra inmensa a lo largo de toda su vida y que no cambias tanto, que estás haciendo lo mismo que hacías a los 15 años. Pero sí que hay un desgarro con el mundo que creo que no estaba, por ejemplo, en los «Actos de resistencia frente a la muerte». Cuando empiezas a desconfiar del prójimo comienzas a desconfiar de la humanidad en general... En esta obra hay una decepción que no estaba presente antes, aunque siempre ha habido, no sé si por genética o porque nací así, una manera de estar en el mundo desde la tristeza o la angustia.

-Los «Actos de resistencia contra la muerte» son sus montajes más críticos, más políticos también. ¿Eso queda ya atrás?
-Eso ha quedado atrás, primero por la frustración que te provoca la desproporción que existe entre la palabra y la acción. Hay un momento en que piensas: no puedo hablar por boca de nadie más que la mía propia. La indignación frente a la injusticia es algo natural. Lo necesitaba y lo hice con un profundo amor, y me sigue repugnando el drama de la inmigración, los abogados... Pero llega un momento en el que crees que estás haciendo algo estéril. He empezado a desconfiar mucho de los discursos. El mundo de la cultura está instalado en la corrección del discurso. Y parece que eso nos garantiza tener conciencia social, que nos libra de todo mal, que somos buenos y que aspiramos todos a la santidad, a ser los Papas de la justicia social. En el fondo, indignarse contra la injusticia es algo en lo que estamos todos de acuerdo. Pero cuando nos ponemos a enfangarnos en el alma humana no somos capaces de ver nuestra peor parte, toda la mierda de la que estamos hechos. Eso es lo verdaderamente difícil. Es una etapa que he dejado atrás por decepción, al haber conocido a un montón de gente con discurso incapaz de ser buena.

-¿Por qué esta escenografía de un bosque de madera? ¿Se trata de un regreso a sus fantasmas de la infancia?
-He necesitado rodearme de inocencia para hablar de la masacre de la inocencia, eso que ya no vas a volver a recuperar jamás. Es un escenario infantil, como si el mundo adulto irrumpiera en él para mostrar en lo que nos convertimos.

-En algunas de sus acciones ha ido muchos pasos más allá, incluso se ha hecho cortes en el cuerpo. ¿Era un proceso de experimentación que ya ha abandonado, o vamos a seguir viendo cosas duras aquí?
-Aquí la dureza está en la palabra, básicamente. Pero sí ha habido todo un proceso de creación en el que he utilizado y manejado el dolor. Lo más doloroso no eran los cortes, sino los sentimientos con los que trabajaba y a los que convocaba. He tenido fascinación por la sangre y he utilizado los cortes con una voluntad estética, a través de la cual intentaba hablar de la desesperación y del dolor. Han sido dos años y pico trabajando con esa idea. Casi siempre funciono por trilogías, es muy curioso, y tengo una de la sangre. Profundicé hasta llegar al límite en «Te haré invencible con mi derrota», piezas con las que sigo girando y con las que me vuelvo a comprometer una y otra vez. Pero ha sido un trabajo muy duro, me cuesta retormarlo. Con esta obra lo he dado por concluido. Aunque trabajas con las mismas obsesiones, no lo haces desde el mismo lugar, desde el sufrimiento en escena en directo. Utilizas otro tipo de cosas.

-¿Cada letra de su abecedario está acompañada de una acción?
-Es un todo escénico, va avanzando y cada cosa desemboca en otra. Yo necesito trabajar con la narración, no sé por qué, pero soy incapaz de hacerlo de otra forma. Necesito narrar constantemente aunque sea pequeñas historias.

-En otros momentos ha asegurado que no le interesa demasiado el teatro, lo que se ve en general, lo que se programa. ¿Sigue igual?
-Sigo desconectada. Cuando iba al teatro, había cosas que no me interesaban y otras que me encantaron. Para mí, ver a Pippo del Bono fue una revelación, o a Alain Platel. Pero ya no voy. No me siento capaz de ir al teatro como espectadora. He pillado una mezcla de fobia social y de tantas cosas que se me han echado encima en estos años. Y lo siento, porque seguramente me estoy perdiendo cosas maravillosas. No es por la gente que trabaja, que se sube al escenario. Es que no soporto cruzarme con gente a la que ya no quiero volver a ver en mi vida. No puedo con esa ansiedad, he tenido que protegerme. Estaba cansada, toqué fondo y ahora vivo muy tranquila. Puede parecer parodójico porque ahora trabajo más que antes pero estoy más aislada que nunca.

El detalle. Acróbatas chinos
Liddell se rodea en este montaje de su habitual compañero en la compañía Atra Bilis, Sindo Puche. Además, estarán en escena Fabián Augusto Gómez, Lola Jiménez, cinco acróbatas de Pekín y nueve niñas. «Es complicadísimo, a la regidora le sale humo por las orejas», bromea la directora. Y dice: «A los padres se lo he explicado perfectamente, y las niñas están preservadas absolutamente del sentido de la obra: ellas son la representación de la inocencia. Con los muchachos de Pekín estamos haciendo un trabajo precioso. Yo me esperaba que llegaran adultos, pero se presentaron unos adolescentes maravillosos que lo han transformado todo. Por mucho que negara la vida y la inocencia, con estos muchachos he tenido que trabajar a través del amor porque no se puede hacer otra cosa con ellos».