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Tintín un héroe con valor y valores
Abnegado, altruista y sacrificado, lo mismo ayuda a un huérfano que evita un golpe de Estado. El reportero de Hergé es un gran tipo desde 1929. Pero Spielberg lo ha devuelto al candelero y «L'Osservatore Romano» ha visto en él ahora un ejemplo de los principios cristianos

Hasta donde conocemos, Tintín no tiene familia, apellido, problemas económicos –sabemos que es periodista pero jamás nadie le vio enviar una línea– ni novia. La verdad es que Georges Remi, más conocido por su acrónimo inverso Hergé, dejó poco perfilada eso que Ortega y Gasset denominó la circunstancia de su criatura más célebre y universal.
Seguramente, porque el dibujante belga no consideró necesario exponerlo más, ya que lo esencial sobre el hombre –casi niño– está en sus viñetas. Veinticuatro tomos cuya lectura, pese a las lagunas biográficas, son argumentos sobrados para muchos aficionados de que conocen bien a Tintín. Veamos: es un joven dispuesto a la aventura, entregado, sin apego por lo material, enemigo de la injusticia, amigo de sus amigos, valeroso y con palabra. Un Quijote del siglo XX con los pies en el suelo y el corazón inmaculado, como si la línea clara de los trazos de Hergé fuera sólo una prolongación estética de sus fundamentos éticos.
Todo esto ha llevado al periodista francés Denis Tillinac a incluir en su «Diccionaire amoureux du catholicisme» (Ed. Plon) al personaje como «un héroe católico». El influyente rotativo del Vaticano, «L'Osservatore Romano», ha reproducido en un artículo el texto íntegro de Tillinac, en el que el autor afirma, entre otras cosas: «Curioso, aventurero, servicial como Brown, el sacerdote detective de Chesterton, parece venido de la tierra de los hombres para defender a la viuda y al huérfano. Es Roland cruzado con Mermoz y Saint-Exupéry, que tiene, como Durlindana, un perro que habla y que razona. La desenfunda por el honor, gratuitamente, y desafía la arrogancia de los poderosos, la venalidad de los colonizadores, protege a los débiles y a los oprimidos».
El artículo parte de una aclaración inequívoca: «Tintín no es un católico identificable como tal. No reza a Dios cuando la muerte lo amenaza, y nunca se lo ve en una iglesia. Una breve alusión a San Juan Evangelista refleja un cierto residuo de catecismo».
Algo con lo que coincide un experto español en el personaje, el escritor, Fernando Castillo que se excluye con modestia del calificativo «tintinólogo», por más que en internet su nombre aparezca asociado al término. Lo sea o no, Castillo acaba de publicar «Tintín-Hergé. Una vida del siglo XX» (Ed. Fórcola), un libro que también traza los valores del personaje. Aunque, en conversación con LA RAZÓN, Castillo matiza para empezar: «La figura de Tintín, desde un punto de vista literario, conecta con una tradición esencialmente europea, que se remonta a muchos elementos de carácter cultural como es la tradición mitológica clásica, la caballería medieval –no se entiende por ejemplo Tintín sin los caballeros del otoño medieval como Amadís de Gaula o Esplandián–, y por supuesto, también la narrativa decimonónica, romántica y realista. Este es el contexto literario en el que surge Tintín. Desde un punto de los valores, el personaje debe mucho a la antigüedad, al estoicismo, pero claro, también hay mucho de cultura cristiana, que es en la que Europa acuña sus valores. Aparece un Tintín en el que, si juntamos tradición clásica, caballería medieval y, muy importante en el caso de Hergé, los valores de los derechos humanos que se originan en la Revolución Francesa, que son los principios de 1789, no los de 1793 que son más radicales. Ahí tenemos el magma, el suelo ideológico en el cual Tintín se asienta». Por eso, opina Castillo, el Vaticano seguramente ve como interesante «el contexto en el que surge Tintín».
Conviene aquí rastrear la historia del personaje: en noviembre de 1928, el abad Wallez, que dirigía el diario belga «Le XXe Siècle», quería lanzar un suplemento juvenil semanal del rotativo y le encargó a un joven empleado, Georges Remi –apenas tenía 21 años entonces–, la dirección del recién creado «Petit Vingtième», revista que vería nacer, firmada y dibujada por el propio Remi, la historia de un reportero y su fiel foxterrier Milú.
Si para la primera de las aventuras, «Tintín en el país de los Soviet», Remi recibió indicaciones indirectas sobre el carácter antibolchevique de la obra –el abad Wallez fue sutil y recomendó la lectura de un libro a Remi que marcaría su opinión–, en su siguiente aventura el carácter católico del diario se dejó notar en una trama que tenía como coprotagonista a un bondadoso misionero y cuya idea propuso el propio Wallez. «El personaje surge en un contexto católico. Pero Tintín como tal, valores religiosos sólo tiene en "Tintín en el Congo", que es un libro religioso y le trajo muchos disgustos a Hergé», aclara Castillo. A pesar de lo cual, con esta segunda entrega, Remi comenzó a controlar más el proceso creativo de su criatura, que pronto comenzó a gozar de éxito entre los jóvenes lectores.
En el libro, Castillo señala la paradoja de que el régimen franquista diera por buenas las aventuras deun héroe «socialmente desestructurado», sin familia, trabajo ni confesión. Pese a todo lo anterior, el escritor defiende que «en su conjunto de ética y valores, junto a otros elementos como la caballería y el pensamiento clásico, están los valores cristianos y por supuesto los principios de los derechos humanos de 1789. Ese Tintín que odia la injusticia, ama al prójimo, y defiende a las minorías étnicas es la suma de todo esto».
«No es algo exclusivamente cristiano», deja claro Castillo. Pero hay innumerables ejemplos en sus aventuras de unos valores que cuadran con los que promueve la Iglesia. «En "El cetro de Ottokar", por ejemplo, defiende un sistema parlamentario de Gobierno. Es un libro muy 1789, muy cristiano y muy de caballería medieval, en el que el héroe se enfrenta al mal. Resume bien esa actitud política y social».
Protector de la infancia
Castillo destaca otro título en este sentido, «El loto azul», en el cual «hay una renuncia del etnocentrismo y una aproximación al diferente; en el que se indigna tremendamente con la injusticia social y ejerce una caridad de evidente origen cristiano y muy pasada por los principios de los derechos humanos». Más momentos destacados: «En una época en la que la infancia no tenía la presencia que tiene ahora, si sumamos la singularidad de que es un personaje infantil y de una etnia diferente a la blanca, es importante el comportamiento de Tintín con los jóvenes que aparecen en "El templo del Sol". La actitud de Tintín hacia los niños es sumamente protectora, digamos que cristiana y de derecho natural y ética».
En algún rasgo de la biografía de Hergé, tan cuestionada en otros momentos –se le acusó de racista por algunas de sus historias– se hallan claves para entender la bondad del personaje. Por ejemplo, el peso que concede a la amistad. El propio Hergé conoció al estudiante Tchang Tchongjen, reflejado en el Tchang de «El loto azul», y tras perderle la pista durante años en el maremágnum de la China revolucionaria, se reencontró felizmente con su viejo amigo años después.
Para concluir, Castillo va un paso más allá: «Lo que estoy contando, en suma, es Europa. Yo defiendo que Tintín es un europeo y no se entiende la ética de un europeo sin la suma de todos los elementos que lo componen».
De la tierra al cielo
Algunas muestras de la ética «tintiniana»: de arriba a abajo, el reportero defiende a un niño en «El templo del Sol» (1); convence al general Alcázar para que no corra más sangre en «Tintín y los Pícaros» (2); frena un intento de gople de Estado en «El cetro de Ottokar» (3); critica los excesos del alcohol en «El cangrejo de las pinzas de oro» (4); Y pone en riesgo su vida en el espacio para salvar a Haddock en «Tintín en la Luna» (5).
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