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El albergue rojo

La Razón
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Un viejo provecto puede ver el mundo como si estuviera colgado de un parapente, sobrevolando un cementerio sobre el que se puede precipitar de un momento a otro. Todos somos rehenes de la vida, y esta situación también equivale a un «corredor de la muerte», interior y subjetivo. En fin, lo que quiero significar es que, desde las alturas del primero y las angustias del segundo, la vida se ve de un modo muy distinto, todo tiene menos valor del que le atribuíamos en un estado normal, de seguridad y esperanza. Dejamos de ser partidistas. La noción intelectual que se tiene de tantos valores se desdibuja, pierde sentido, y una de las cosas que más apenan y confunden es cómo tantos millones de seres viven dominados por el fanatismo, el extremismo político-religioso. Esto termina por causar terror.

Nada más ilustrativo que ese párroco americano que sólo por el anuncio de que va a quemar el Corán públicamente provoca casi una revolución diplomática y produce revueltas, en las que ya se registran víctimas. Cada religión es una cultura interiormente beligerante. Para su conservación y difusión estamos dispuestos a arriesgar la vida por unos valores espirituales que terminan siendo materiales. La fe derriba montañas. Y también imperios. La fe – el refugio espiritual de tantos– viene a ser uno de los sentimientos más peligrosos y de los que más inclinan, paradójicamente, a la violencia. Y sobre todo a la confusión, en un tiempo en que muchos valores andan en litigio, por simple evolución de la especie. Desde esa distancia, que he invocado al principio, se intuye que lo que llamamos cultura está lleno de supersticiosas construcciones mentales, que crean sectas y partidos, que separan familias y castas, que hacen víctimas de todo tipo. Y llegamos a la conclusión de que toda enseñanza es parcial. Esto está permitido y aquello no. Esto lo puede usted decir sin peligro y aquello le puede acarrear el ostracismo o la muerte.

 La educación política o religiosa son tremendamente parciales, un obstáculo al conocimiento. Luego intentan corregirse, admitir matices, variantes… Introducen en un lío al pobre educando, que no sabe a qué carta quedarse. Lo voy a precisar:

Según el Catecismo, el mundo se creó en siete días, etc. etc... Pero, en los estudios superiores, hay que desengañar a esos chicos. Tienen que enterarse enseguida de la existencia de Einstein y de Hawking, enterarse de que el espacio sideral no tiene término ¿De qué les ha servido esa «monería» de composición de universo que les han inculcado al principio? Se les puede decir que las aserciones contundentes de la Biblia son simbólicas, que todo puede compaginarse y ser ni lo uno ni lo otro.
 
El desengañado educando, puede decirse: –«Bueno, que sea lo que quiera, pero ¿por qué demonios mis padres y la sociedad me llevan a esta confusión interpretativa? –«Esto se ha escrito así, pero hay que interpretarlo de otro modo» – Podían habérmelo advertido antes».

 Esto, en cuanto a la educación religiosa. En la educación política, sucede lo mismo. Cuando un país se libera de toda dependencia y se declara humanitario y evolucionista y, por su problemática situación económica, se convierte en una dictadura implacable, ¿qué explicación se dan aquellos que han apoyado esos valores y esos principios? Otro desengaño relativista, para los que siguen pensando de una manera vertical y simplista. ¿De modo que todo es simbólico, imaginario y, a la vez, produce víctimas reales a granel? El mundo es un matadero doméstico y fratricida. ¡La de víctimas que produce la fe, en uno u otro sistema religioso o político!

Pero la explicación final, puede ser que sólo sirvan de equilibro ecológico. Somos demasiados, vivimos demasiado juntos y como familias rivales en una casa de vecinos. Una casa siniestra, «El albergue rojo», en donde se mata a unos inquilinos para dejar sitio a los que llegan, que viene a ser otra partida de forajidos, más numerosa y más levantisca. Si la ciencia nos ayudara, podíamos emigrar a otros planetas, pidiendo trabajo y un poco de «marcha», para sobrellevarlo.