Buenos Aires

La semana de Martín Prieto: La gran catetada

Madrid es la ciudad más cosmopolita, pero ante la llegada del Papa, algunos están mostrando la imagen de una ciudad paleta que echa cuentas falsas y dice que la visita del Santo Padre es onerosa

Benedicto XVI
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Aprovechando la circunstancia de mi doble nacionalidad (y residencia fiscal en España) en ocasiones puntuales me hago pasar por porteño, de Buenos Aires, la gran ciudad austral, la Reina del Plata, que pese a sus problemas políticos congénitos sigue siendo un remanso de cultura. Siempre miré con ternura a los infantes con sus batitas blancas para camuflar las diferencias sociales izando la bandera blanquiceleste en su escuela y cantando el himno nacional antes de iniciar las clases. Madrid fue bien definida por un poeta comunista como el rompeolas de todas las Españas y, ya en la paz, es una ciudad cosmopolita. Si los bilbaínos presumen de nacer donde les da la gana, los madrileños nacemos en todas partes, y yo en Chamberí. Pero niego el carácter libertario y antiopresor del «Motín de Esquilache», símbolo del más ruin casticismo.

El Marqués de Esquilache fue un italiano ilustrado que quiso acabar con los embozados que ocultaban espadas para dar estocadas por encargo: un sicariato. A veces despunta Madrid la modernidad de La Posada La Soga donde los huéspedes dormían en el suelo con la cabeza reclinada en una cuerda que se cortaba al amanecer, o el espíritu truhanesco del tan cantado Luis Candelas. Madrid, poblachón manchego, como lo definía Camilo José Cela, asoma de pascuas a ramos su pelo de la dehesa como en ocasión de esta visita papal. Benedicto XVI es mayor y estaría mejor en Castellgandolfo estudiando y escribiendo lo que le gusta que viniendo a Madrid a pastorear un millón de jóvenes entre pellizcos de monja y hasta reparos oficiales.

Que los «indignados» hagan ruido va en su inercia, pero mienten con los gastos de estas jornadas, porque las cuentas del Papa son las del Gran Capitán y no se contabiliza lo que cuesta que Madrid abra las primeras de los periódicos nacionales y los telediarios en todo el mundo. Sólo desde el catetismo puede impugnarse la visita por onerosa, cuando va a engordar el sueldo de los guardias civiles, policías nacionales y municipales.

Gastamos en la seguridad de Michelle Obama y hoy el turismo estadounidense en Málaga ha crecido casi un 34% y el hotel Villapadierna está al completo. Desconocía la existencia de una asociación de ateos y librepensadores que recuerda a los caballeritos de Azcoitía retratados por Pío Baroja. El ateo es un militante del deísmo y dedica su vida a negar a un dios sin el que no puede existir; es un fundamentalismo de la negación. Son encomiables los agnósticos, nada soberbios, que reconocen su limitación para creer o descreer. Los partidarios del libre examen no sé qué pintan en esta paletada de insistir en ir a Sol, para pisar las pisadas del Papa, y rechazan Lavapiés, quizá por ser un barrio multicultural e inmigrante. Y tal como el Gobierno legisla lo que le permiten los votos, el Papa hace apostolado católico porque no nos visita para vender gaseosas. En París, Londres, Berlín, Varsovia, o Washington no se daría esta catetada que da vergüenza ajena a los que, a veces, nos hacemos pasar por argentinos. Es mentira que haya dos Españas porque si existieran todos nos habríamos ido a la otra.

El «etámetro»
El candidato Rubalcaba nos sigue acongojando. Asegura a su feligresía electoral que estamos a metros del fin de la ETA. Va a ser que no. Estamos a las doce menos cinco de que ETA haga un «Anchluss» sobre Navarra, como el nazismo con Austria, reclame Iparralde y mande la Ertzaintza a ocupar el burgalés condado de Treviño y las Encartaciones de Cantabria para gobernar su Euskalerría como un cantón de la Confederación Ibérica. Exigen que el Ejército salga de Guipúzcoa y se aprestan a entrar en el Congreso como padres de la patria. Parece claro quién va ganando. Para que nos enteremos de lo que vale un faisán.



EL PERSONAJE DE LA SEMANA
Benedicto XVI
Cualquier intelectual de altos vuelos, ateo, agnóstico, ortodoxo, protestante, anglicano, mahometano, budista, taoísta, confucionista o arriano (que aún quedan discutiendo sobre la de Dios es Cristo ) pagaría por un encuentro con quien fuera cardenal Ratzinger, para debatir de apologética, ascética, casuística, hermenéutica, mística, moral, soteriología o teodicea. Nadie discute a Benedicto XVI su calidad de primer teólogo vivo. La teología es una disciplina, paradójicamente endemoniada, y exige tal concentración mental que a los sacerdotes que se adentran en ella se les prohíbe que estudien al tiempo otras materias. Se podrá estar en desacuerdo con el Papa, con el catolicismo y hasta con la teología, pero no restarle cociente intelectual a este universitario crecido en las bibliotecas alemanas y vaticanas. En su vida al menos dos papas anteriores han recurrido a él para fundamentar sus encíclicas, y fue elegido, precisamente, para soldar teológicamente una Iglesia con vaivenes. Le reprochan ser un doctrinario por regresar a la doctrina. Zapatero, Jáuregui o la docta Pajín ¿de qué hablarían con este Papa?