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Bodas del año

La Razón
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Nos aburren ya las bodas del año como las estaciones sedientas de chaparrones. Yo no sé cuántas llevamos esta temporada, en la repetición fatigosa de fotos en las revistas con la nariz colorada, consomés agitados, bogavantes troceados y baile de chaqués alquilados. Suponen la machacona insistencia en una representación conocida empeñada en parecer extraordinaria, cuando a pesar de los esfuerzos de listas nupciales y modistos esforzados, siempre parece que están los mismos invitados, los mismos trajes, los mismos tocados, los mismos vinos y parecidos restos de perica en los lavabos.
Pero ahí está, el glamour no decae mientras siga habiendo gente estupenda, peña empeñada en mirarse en el espejo y romper el molde. Donde sobresale un ejemplar soberbio de perfil impecable como Rafael Medina, dedicado desde hace un tiempo a ser árbitro y colmo de la elegancia. Diríase que en su torso se planchan solas las camisas. Es el avispado vástago de una mamá lince como Nati Abascal que ha sabido transmitir su porte y su forma de domeñar el estilo y el aire inaprensible de la distinción hasta convertirse en icono hierático desde sus comienzos como modelo revoltosa. De ella han aprendido ese alambicado distanciamiento que propone al ser de otra dimensión, con una planta por encima del resto de los mortales, que ha permitido tanto a él como a su hermano vivir generosamente de la publicidad y las marcas, con ese estado superior de la emoción que produce caminar entre una multitud sin sufrir ni una arruga.
A mí me llama gratamente la atención que a Rafael ya empiecen a llamarlo Duque de Feria, un título que hasta hace poco arrastraba un estigma de maldición y oprobio como para enterrarlo a dos brazas bajo tierra. Lo cierto es que si la nobleza tuviera que arrastrar las tropelías y desmanes de sus antepasados, se podrían ir al garete la mitad de nuestros aristócratas. Habrá entonces que otorgarle unos canapés de alborozo a esta nueva boda del año, por más que nos inspire un déjà vu, con los mejores deseos para la novia, la bella Laura Vecino, esperando que sea un matrimonio de permanencia y no de los que duran cuatro mudas. Y felicitar de paso al bello fratello, el sibarita Luis Medina, por echarse novia a la herederísima Amanda Hearst (que no acabe como la tía Patty). Y sólo dos peros: La horterada de hacer una despedida de solteros en Gabanna y lo de exigir chaqué a todos los invitados, con el peligro de que algunos lo combinen con las pantuflas de la casa.