España

La excepción española

La Razón
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Lo único que es de verdad excepcional, inasimilable con cualquier parámetro europeo, es nuestro socialismo. Con la Transición y la democracia, empezamos a «normalizarnos» y a desprendernos del tópico de que éramos «diferentes». Los años de Rodríguez Zapatero han llevado a mucha gente a pensar que aquello fue un espejismo y que España había vuelto a su carácter excepcional. La verdad es que lo único que es de verdad excepcional, inasimilable con cualquier parámetro europeo, es nuestro socialismo, el socialismo español. Rodríguez Zapatero perdió para siempre la oportunidad de ganar unas elecciones por mayoría absoluta en 2008. Intentó compensar aquel fracaso con una política de cambio acelerado, destinada a crear una nueva mayoría social progresista: los sindicatos de clase, una parte de las clases medias urbanas ideologizadas –en particular los jóvenes–, las bolsas de voto cautivo en los feudos autonómicos socialistas y la izquierda nacionalista radical. Con esta mayoría Rodríguez Zapatero acabaría para muchos años con cualquier posibilidad de alternancia. Fue, como mínimo, una equivocación, porque la experiencia ya estaba hecha entre 2004 y 2008, y ya había fracasado para entonces. Ahora bien, Rodríguez Zapatero debió de pensar que aquello era un tropiezo pasajero en su camino para la construcción de una España definitivamente… postcapitalista y postnacional, podríamos decir. El planteamiento de las elecciones del próximo domingo es el resultado del monumental batacazo –esta vez nacional– en el que ha desembocado este proyecto, agravado además por el carácter de Rodríguez Zapatero: pocos políticos tienen la capacidad de sacar a la luz lo peor de un partido y de una sociedad. Con él el PSOE ha alcanzado un punto tan bajo que se ha llegado a decir que lo que podría estar en juego es la existencia de un efectivo contrapeso político al PP. Y no sólo eso: también podría estar en juego la izquierda en España como alternativa de poder. Aunque esto haya sido escrito para llamar a rebato a los fieles de entre los fieles, tiene alguna verosimilitud. El Partido Socialista español fue desde su fundación un partido ajeno a los usos democráticos, y desconfiado de cualquier proyecto nacional. Tenía poco que ver con el laborismo inglés, con el SPD alemán, con el socialismo francés o el belga. Felipe González rectificó esta tradición, pero sólo a medias. Quedaron muchos resabios, que se siguen manifestando incluso en los veteranos que creímos socialdemócratas. Lean ustedes El futuro no es lo que era, el panfleto de Cebrián y el propio González, o vean a Peces-Barba, todo un rector de una Universidad madrileña, fascinado por un hombre de programa tan tosco como es Tomás Gómez. Con Rodríguez Zapatero y su coalición, esta tradición ha llegado a su apoteosis. No hay forma de encajar este proyecto en una nación democrática pluralista, moderna y que aspire a mantener estándares de prosperidad como los europeos. Si el socialismo español quiere, efectivamente, constituirse en una alternativa de poder en un plazo más o menos previsible, habrá de dar un serio repaso a lo que ha sido su propia historia y a por qué ha sido posible llegar a este punto.