Historia

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Luis y el «desahogado» por Joaquín LEGUINA

La Razón
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Con la noticia –no por esperada menos triste– de la muerte de Luis García Berlanga no puedo quitarme de la cabeza la última comida que tuvimos Antonio Gómez Rufo y yo con él en el restaurante La Ancha de Príncipe de Vergara, en Madrid.

Mientras recordaba su juventud valenciana, Luis nos anunció que iba a contar la historia del «Desahogado» y sin más preámbulos comenzó el relato: «Se llamaba Luis, como yo, y ya habían hecho las proclamas de su boda en la iglesia de Carcagent. Le quedaba sólo una semana de soltero y fuimos a comer la última paella en La Marcelina de la Malvarrosa. Después de los helados, Luis se quitó la ropa y en calzoncillos se metió en el agua. Le vimos alejarse con buen estilo… y le estuvimos esperando más de dos horas antes de avisar a los guardias. Jamás apareció su cuerpo, y una vez hechos los pesados y largos trámites legales, al fin, pudieron hacerle un funeral en su pueblo. Los padres, los hermanos y, sobre todo, la novia, nos recordaron con sus llantos que, en efecto, vivíamos en un valle de lágrimas…»

Veinte años más tarde, cuando su novia se había casado con un naranjero de Cullera y había tenido cuatro hijos con él, una tarde de domingo, Luis reapareció en la tribuna del Mestalla. Venía de París, donde había vivido de la importación de naranjas.
–Con esta historia podías hacer una buena película de Berlanga, -dijo Antonio
–La podríamos titular «París bien vale una boda».
Pues sí. Luis bien vale este desahogo.


Joaquín LEGUINA