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En las páginas de «Deportes» de La RAZON se publicará un artículo de mi autoría en el que me manifiesto optimista por el futuro del Real Madrid. Lo escribí después del partido disputado en el Bernabéu entre el Madrid y el Barcelona. Me gustó el equipo, aunque no tanto si comparamos su juego con el valor de sus futbolistas. Y también me gustó en Barcelona. La diferencia que existe entre el Madrid y el «Barça» se llama Messi. El Barcelona sin Messi es la mitad, y con Messi el doble. Pero no voy por ahí. Me dispongo a referirme, con dolor, al pésimo proceder de los futbolistas en el tramo final del partido. Al «Barça» le sobran unos cuantos chulos prepotentes, y al Real Madrid, el mismo porcentaje de descerebrados.

Mito Guardiola. Todo corrección. Mentira. Guardiola tiene más conchas que un galápago y su pasado deportista, calidad aparte, no puede interpretarse desde la admiración. Mito Mouriño. Todo grosería. También mentira. Pero su dedazo en el ojo de un técnico contrario es motivo sobrado para desaparecer del Real Madrid. En fútbol están igualados, e incluso es superior el Madrid si Messi está cojo o con un cólico nefrítico. En complejo también ganan los blancos. El «Barça» provoca y el Real Madrid embiste. Marcelo ha dado ya suficientes pruebas de inestabilidad emocional. Pepe también. Sergio Ramos no les anda a la zaga. Casillas se ha convertido en un portero del montón. Quizá por ello apoya la huelga. Y ha abandonado su simpatía. El «Barça» provocó, pero el Real Madrid no supo perder con señorío y dio un espectáculo final deprimente. Villa, Pinto y Alves, tres matones de opereta. Mejor, en el sentido de la actuación cinematográfica, los culés. Se tiran divinamente y alivian con gestos de dolor golpes que no han recibido. Pero el Real Madrid no puede depender de la esquizofrenia violenta de algunos de los suyos, y sus compañeros no tienen derecho a cerrar los ojos. Es cierto que el Barcelona cuenta con la ayuda complaciente de Villar y la amnistía de los árbitros. Es decir, que su gestión institucional ha sido más inteligente que la del Real Madrid. A pesar de su centenar de goles blancos, Cristiano no es Messi. Messi rompe un partido en un segundo. No necesita a nadie. Cristiano depende de todos.

Pero mi tristeza se sustenta en la mala imagen. Bernabéu no habría tolerado ni el patadón de Juanito en la cabeza de Mathaus, ni el patadón de Pepe en la cabeza de un jugador del Getafe, ni las patadas histéricas de Marcelo, ni las expulsiones habituales de Sergio Ramos. Aquél era otro fútbol y otra historia, pero me quedo con aquello. El gran Héctor Rial fue separado del equipo por tratar con destemplanza a una camarera en una concentración. A Breitner le pidió que se cortara el pelo por eso de la estética. No del todo, pero se lo cortó. El Real Madrid de verdad era Roberto Carlos. Sin fotógrafos, sin publicidad, después de los entrenamientos en el Bernabéu, se pasaba por el hospital de San Rafael y repartía a los niños enfermos de cáncer y sida toda suerte de regalos. Lo hacía con frecuencia, y nadie se enteraba. El Real Madrid es el señorío grandioso de Di Stéfano, que con toda seguridad compartió el estupor del rifirrafe con los buenos madridistas. El Real Madrid es el que regaló a la viuda de Bernabéu un aparato de televisión en color porque su marido, don Santiago, murió antes de podérselo comprar. Bernabéu no llevaba a China a su equipo no se sabe para qué, o si se sabe, nadie lo dice. El Real Madrid ganaba bien y perdía mejor, aunque no estuviera acostumbrado. La chulería «buenista» del «Barça» es un hecho. La grosería deportiva del Real Madrid, una realidad. El señorío no es una antigualla. Es una actitud centenaria. Hay que hacer una buena limpieza.