Bruselas

A por uvas

La Razón
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Aunque los españoles ya hemos aprendido que cuantos más puntos te den peor es la brecha que tienes abierta, la prima de riesgo no ha cruzado todavía la frontera que separa las tertulias periodístico-financieras de las conversaciones a pie de playa o sobremesa de domingo. Pese a la duración de esta crisis perpetua, la letra menuda de las peripecias financieras sigue siendo un arcano que a millones de ciudadanos les suena a chino. «No escuché a nadie hablar de la prima de riesgo», me dijo el lunes por la noche un periodista que se había pasado la tarde recorriendo hipermercados y cafeterías con el oído abierto. Claro que tampoco escuchó a nadie comentar la promoción de Camacho a ministro o la buena disposición que mostró José Blanco a hacer de portavoz conciliador y reflexivo. La España financieramente asfixiada se interesaba el lunes por el embargo a Belén Esteban, la condena de Campanario y el alta médica de Ortega Cano. Sólo financieros y periodistas –ni siquiera políticos, que estaban dándole cuerda al serial Rubalcaba– intercambiamos expresiones como «tormenta perfecta», «punto de no retorno» o «lunes negro». El enésimo día horríbilis para la deuda no alcanzó a alterar la vacua agenda de nuestros dirigentes políticos más conspicuos: Zapatero convocó a la prensa para hablar de sus ministros (sólo de refilón se refirió al terremoto financiero) y Rajoy ni tan siquiera fue visto. Cuesta imaginar un escenario más acongojante que éste que tenemos: Italia, acosada; España, víctima del contagio; el diferencial, en máximos; las reuniones en Bruselas, improductivas; el liderazgo político, extraviado. Sin esperar a la publicación de los estrés test, sin esperar a la subasta del día 21, los mercados se ponen intratables en vísperas de que salgan a bolsa las cajas refundidas en bancos.
Escucho a los analistas financieros y compruebo que ellos tampoco alcanzan a saber hasta dónde llegará la riada. Escucho a los economistas e intuyo que van saltando por los aires todos los modelos conocidos. Escucho a los dirigentes políticos y lamento que su retahíla de frases hechas y discursos huecos sólo sirva para seguir perdiendo tiempo. Aún no he me repuesto de la perplejidad que me produjo escuchar al presidente Zapatero –lunes a mediodía– explicando lo urgente que resulta rematar ya el plan de refinanciación de los griegos y escuchar a la vicepresidenta Salgado –dos horas después– estimar que hasta septiembre, como pronto, no habría acuerdo a ese respecto. El ilustre presidente fijo de la Union Europea, Van Rompuy, será un hacha componiendo haikus, pero se ha revelado torpe en la comunicación pública. Si convocas una reunión «urgente» con Trichet, Juncker y el tesoro italiano, le estás diciendo al personal dos cosas: que la situación es crítica y que os reunís para tomar medidas. Mal asunto cuando la reunión termina sin nada que contar, frustradas todas las expectativas. Escenarios que antes parecían imposibles –desandar el euro, desmontar Europa– ahora sólo son improbables. Si la única salida son los eurobonos, ¿a qué esperan?