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Córdoba

Javier Sierra: «No soy un escritor de best-sellers que sólo viaja por Google»

A veces la vida es justa. Javier no sólo es un buen periodista, y un escritor superventas, es, en el sentido machadiano del término, un hombre bueno. Si «La cena secreta» entró en el «top ten» en Estados Unidos y se tradujo a 43 idiomas, «El ángel perdido» lleva el mismo pronóstico.

«Destruir lo que no nos gusta de la Historia es propio de pueblos sin madurar»
«Destruir lo que no nos gusta de la Historia es propio de pueblos sin madurar»larazon

Con el periodista que fue becario y terminó entrevistado por Charlie Gibson en «Good Morning America» pasamos una tarde de domingo en El Retiro.

–En el Vaticano empieza el primer enigma de «La ruta prohibida», y «El ángel perdido» arranca en la Catedral de Santiago. ¿La próxima será en la Mezquita de Córdoba?
–Lo sagrado me fascina, pero menos que romper mis moldes. Estoy documentándome para mi próxima novela y es probable que arranque en un campo de pruebas nucleares. En el átomo se esconden aún más misterios que en la Iglesia.

–Algunos quieren dinamitar el Valle y desmontar la Cruz. ¿Le da ideas para una novela?
–Por desgracia esa actitud hacia la Historia no es nueva. Los talibán dinamitaron los budas del valle de Bamiyan, en Afganistán, al no encajar con sus ideas. Destruir lo que no nos gusta de la Historia es propio de pueblos sin madurar.

–Sinceramente, ¿tenía que intentar subir al Monte Ararat (5.165 metros) para su libro?
–Primero porque debía a mis lectores una novela trabajada, novedosa, y segundo, porque quería distanciarme de escritores de best-sellers (diría fastsellers) que sólo viajan por Google.

–El robo del «Códice Calixtino»: amén de valor crematístico. ¿Tiene valor esotérico?
–Más que esotérico, su valor es simbólico. El Calixtino es algo así como el acta fundacional del Camino de Santiago. Aunque por suerte «sólo» nos han robado su materia; su espíritu sigue intacto nueve siglos después de ser escrito y, por cierto, más vivo que nunca.

–Después de la Guerra Civil, el maquis, y los vampiros. ¿Habemus género angeológico?
–Lleva siglos entre nosotros. Sin ir más lejos, la Biblia es un libro de ángeles. Se aparecen a Abraham y Jacob, dejan encinta a la Virgen, anuncian el fin del mundo. ¡Todo está ahí!

–Comprenderá que a tenor de mi nombre le pregunte qué es un ángel.
–Lo que tú eres: una mensajera. Alguien que lleva noticias de un lugar a otro. Pero en el caso de «ellos», las noticias van del cielo a la tierra.

–Amén de con las piedras que reseña en su libro, ¿qué otro modo de contacto hay con ellos?
–Mi impresión es que son ellos los que eligen el método y el momento para comunicarse con nosotros, pero uno de sus favoritos tiene que ver con las casualidades. Les divierte enredarnos en coincidencias impensables que terminan por cambiarnos la vida. Hablo por experiencia.

–Win Wenders trazó la primera estela fílmica sobre los ángeles. ¿Erró mucho, poco, o nada?
–Antes estuvo John Milton. Y aún antes el cronista del «Libro de Enoch», que hace dos milenios acabó con el tópico del sexo de los ángeles. Ellos tienen y les gusta practicarlo con humanas.

–¿Quién era John Dee, tan presente en su obra?
–Era el científico y mago de cabecera de la reina Isabel I de Inglaterra. El hombre que aseguró habernos hundido la Armada Invencible con un hechizo y haber inventado, a la vez, un sistema de navegación por meridianos que revolucionó el mundo. ¿Sabías que firmaba sus escritos a Su Graciosa Majestad con un «007»? Ian Fleming sacó de ahí su célebre guarismo.

El otro lado está en este lado

-Como Napoleón, se quedó dentro de la Gran Pirámide, a solas, ¿qué le sucedió?
–Esa noche de 1997 perdí el miedo a la muerte. Un día lo contaré como se merece. Es escalofriante.

–Sabe dibujar, e incluso hizo cómic. ¿Avánceme cómo dibujaría a Rubalcaba y a Rajoy?
–Me interesan los personajes con ambición de cambiar la Historia, y para descubrirlos deben pasar años.

–«Necesito saber qué hay al otro lado antes de pasar al otro lado. Y lo llevo muy crudo». ¿Cómo van esas pesquisas?
–Crudas. Estoy tentado a creer que no hay «otro lado», que todo está aquí, aunque, como los infrasonidos, nuestros sentidos no lo perciben.

–Tras psicofonías, mesas parlantes, espiritismo, no ha dilucidado nada. ¿A lo «intangible» se llega por una vía más íntima?
–Tengo un anhelo: comprender por la vía de la razón lo que siempre nos han dicho que es irracional. Mi confianza en la capacidad intelectual humana es infinita, por eso no sucumbo a las conclusiones mágicas. No quiero creer. ¡Quiero saber!

–El lema del JMJ, a la que vendrá el Papa, es: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe». ¿Cómo interioriza ese mensaje?
–Prefiero la esperanza a la fe, la verdad. La primera te hace mirar al futuro con optimismo, la segunda te puede dejar estancado en los dogmas y no dejarte formular preguntas importantes para comprender el mundo.

–En vida de investigador hubo momentos de terror, como el vivido con Manuel Carballal.
–Fuimos a Montserrat atraídos por las historias que hablan de luces misteriosas. En Manresa, por ejemplo, celebran desde 1345 una fiesta dedicada a ellas, y hasta San Ignacio de Loyola las vio. No imaginaba que terminaría viéndolas. Fue en 1987: lo peor fue la enorme sensación de impotencia, de inferioridad, cuando «aquello» nos sobrevoló a baja altura y se disolvió en la noche en segundos. Sigo sin saber qué fue.

–Reivindica «El ocho», «El nombre de la rosa» y a Däniken. ¿Por el fariseísmo literario muchos no reconocen haber devorado esos libros?
–Supongo. Eso es problema de quienes renuncian al lado emotivo de los libros. Leer me cambia la vida cada día. Me da las dosis de novedad y pasión que necesito para seguir adelante, y las encuentro tanto en la literatura popular como en los clásicos. En mi caso, compartir esa emoción va más allá de esa visión cultureta, que se llena la boca con «La Odisea», sin contarnos que en sus páginas se oculta información astronómica y astrológica.

–Como su «Dama azul». ¿De poder bilocarse, en qué lugares, a un tiempo, desearía estar?
–Antes quería descubrir la fórmula de la bilocación. Ahora más bien persigo la fórmula de la quietud. Permanecer en un lugar. Concentrarme. Lograr aislarme del mundo para crear los míos.

–Confiesa que «colecciona sus novelas pirateadas». ¡Cómo se enteren los de la SGAE!
–Quiero creer que quienes imprimieron novelas piratas mías en el pasado fue porque antes las disfrutaron. Ahora los bucaneros digitales se aprovechan de la pulsión de acaparar música y libros virtuales aunque no vayan a leerlos. Conozco a muchos e-quinquis que te enseñan los 6.000 libros de su iPad. ¡Y no han leído ni uno!

–¿Qué dicen sus hijos cuando le preguntan a qué se dedica su papá?
–Hace unos meses sorprendí a mi hijo mayor (4 años) diciéndole a un amigo del cole: «Mi papá cuenta cuentos». ¡Qué capacidad de síntesis!

–¿Su padre le sigue diciendo: «Déjate de tonterías, teles y radios y escribe otra novela?»
–Ya sólo tiene ojos para sus nietos...

«En este periodo estival, desde luego, leeré un puñado de esos libros que no he podido ni abrir este año. Y ponerme al día con algún autor pendiente. Este verano toca Carl Sagan». «Mi verano ideal es viajando hacia algún destino nuevo, con familia muy cercana, amigos, y combinando descanso y visitas, sin tener que seguir una agenda. Además, poder apagar el móvil algunos ratitos».