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Mirlos borrachos por Antonio PÉREZ HENARES

Mirlos borrachos, por Antonio PÉREZ HENARES
Mirlos borrachos, por Antonio PÉREZ HENARESlarazon

Los mirlos que anidaron en la yedra este verano frecuentan ahora el madroño. Vienen muchos, la familia y algunos invitados, de mañana y sobre todo al caer la tarde. El árbol está cuajado de racimos de flores blancas, pero no son eso lo que buscan los pájaros, sino las madroñas que están madurando, y algunas ya están en sazón y coloradas. En el madroño se da en esta época esa inusual curiosidad vegetal de echar sus flores al mismo tiempo que maduran sus frutos de las anteriores.
Y a los negros mirlos de pico amarillo les gustan a rabiar las bolas rojas. Más aún porque ahora empieza a escasear la comida y ellas son, desde luego, un plato apetitoso. Pero también hay algo más. Porque he comprobado que por algo le llaman a las madroñas los asturianos, «borrachillas».
Por las tardes las idas y venidas de las aves se hacen más revueltas y agitadas y sus cantos cada vez más vocingleros y escandalosos. La única conclusión posible es, no hay otra, que los mirlos se embriagan y les gusta, ya que de ninguna otra explicación para esta querencia continua, esta afición y estas actitudes. Y no digamos ya de algunos y finales corcoveos por el ramaje y hasta algunos tropiezos verdaderamente inauditos en pájaros adultos y con su capacidad de vuelo. Uno ayer, al asustarse cuando yo abrí la ventana que casi roza con las ramas, se golpeó contra un cogollo de hojas y acabó en el suelo donde, eso sí, se rehizo rápidamente y de inmediato reemprendió el vuelo y la huida. Aunque con muchas curvas y eses. Vamos, que no estaba para conducir el mirlo. En suma, que lo que tengo en el jardín es un botellón pajaril cada tarde protagonizado por una cuadrilla
de mirlos borrachos. ¡Qué cosas tiene el otoño!