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Gaiteros Reales por María José Navarro

Bobada del día: no hay nada que le impresione más a una que un gaitero escocés. Lo pensaba viendo el entierro de Severiano Ballesteros y hoy se lo cuento a Vds., ya espantados de las tontunas que ocupan mi cabeza pelirroja.

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Un tipo bastante próximo (mi prójimo, sin ir más lejos) dice que lo que más le hubiera gustado en este mundo es ser escocés, única y exclusivamente para poder llevar «kilt» sin que le preguntaran si iba disfrazado; este hombre tiene estas cosas, qué le vamos a hacer, y lo peor es que yo estoy de acuerdo. Y es que las gaitas, en general, tienen un sonido de esos que una asocia con las grandes empresas de la humanidad, como liberar un castillo sitiado o doblar a la primera un mapa de carreteras. Fraga lo sabía bien y llevó cierto día un cortejo de gaiteros gallegos que no cabían en el campo del pobre Compos. Ahora bien, cuando la gaita y el gaitero son escoceses, una pierde el oremus. Tras los gaiteros escoceses una sabe que sólo pueden venir los buenos, los que vienen a hacer justicia, el ejército de liberación, el anuncio al enemigo de que hoy será un día duro. Si no, acuérdense de la llegada de los canadienses en «La brigada del diablo», esa película en la que las gaitas disuelven una pelea multitudinaria que ni los GEO.

El gaitero escocés que abrió la comitiva del entierro de Seve, jardinero de Anoeta, daba al acto la merecida solemnidad de un entierro de jefe de Estado. Porque Seve quizá haya sido el mejor deportista español de todos los tiempos. No sólo por ser grande, sino por ser único y sobre todo por ser un pionero en la universalidad del deporte español, que hasta entonces tenía casi como única referencia a Mariano Haro, «el león de Becerril». Seve fue el que abrió el camino en solitario, el homo antecessor de nuestro golf, el Shackleton del deporte español. Ya se sabe que estas cosas se aprecian poco en nuestro país hasta que el protagonista nos deja y que nos gusta hacer leña del árbol si se acerca la caída (a las críticas a Pau Gasol de estos días me remito). Pero para subrayar la grandeza de Seve acompañaban a su familia y amigos un gaitero escocés con «kilt» de Saint Andrews, los remeros de Pedreña y seis capitanes, seis, del equipo europeo de la Ryder Cup. Seve se fue con honores de rey cántabro, como no podía ser de otra forma. Descanse en paz, Severiano Ballesteros «el Grande».