Estreno

Lo que el viento se dejó

Autor: Lillian Hellman. Versión: Ernesto Caballero. Dirección y escenografía: Gerardo Vera. Reparto: Nuria Espert, Héctor Colomé, Ricardo Joven, Carmen Conesa, Markos Marín, Víctor Valverde, Jeannine Mestre, Ileana Wilson, Paco Lahoz. Teatro María Guerrero. Madrid.

Lo que el viento se dejó
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Hablar del sur, en EE UU, es dibujar una mitología de campos de algodón, bailes de sociedad y caballeros con guantes blancos. «La loba», de Lillian Hellman («The Little Foxes», 1939), transcurre en los estertores de aquella sociedad herida de muerte por la Guerra de Secesión. En el cambio de siglo, los Hubbard son el Lopajín chejoviano, con el jardín de los cerezos convertido en la finca Lyonette que añora la alcoholizada Birdie, una estupenda Jeannine Mestre en esta versión del CDN. Es curioso que a Hellman, tan progresista, se le olvidara que el idílico sur, antes de que los aristócratas fueran devorados por comerciantes arribistas, fue esclavista y cruel. Le interesa en cambio denunciar el capitalismo salvaje, encarnado en una familia amoral, los Hubbard, en la que Regina es la máxima expresión de la ambición.

En cualquier caso, la obra de Hellman es un texto ágil, algo melodramático pero salpicado de diálogos vivos y escenas poderosas que la versión de Ernesto Caballero condensa con habilidad. En su despedida del CDN, Gerrado Vera opta por teatro con sabor clásico, una manera irreprochable de abordar un texto que pide más comprensión que innovación. Por eso desde que se levanta el telón y aparece la mansión colonial, reproducida con elegancia, el espectador se sumerge en un lugar y una época. Vera mantiene el pulso narrativo y dirige con acierto a su reparto: como en la magnífica «Agosto», entiende la importancia de que lo que sucede sea algo orgánico, cercano, real.

Pero hay un problema previo: una elección desacertada. Nuria Espert es una gran actriz. No es necesario repasar ahora sus méritos; baste decir que vuelve a hacer un gran papel, y que mejora cuando doma una entonación viciada, según la obra avanza, hasta enfrentarse al final con fuerza y talento. Pero le saca treinta años a Regina Giddens (Bette Davis tenía 33 cuando lo hizo en cine). Además de desdibujar al personaje, la elección obliga a elevar otras edades y nos encontramos con una Alexandra que debería ser casi adolescente interpretada por Carmen Conesa. Y, por muy bien que ésta lo haga –que lo hace–, verla debatirse sobre su emancipación provoca sonrisas. Con todo, en el reparto hay interpretaciones poderosas, desde Ricardo Joven a Víctor Valverde, uno atribulado como el miserable y siempre segundón Oscar Hubbard; el otro muy aristocrático, como corresponde al recto banquero James Hiddens, uno de los pocos personajes que se salvan de la quema moral. Aunque el gato al agua se lo lleva un enorme Héctor Colomé, con un Benjamin Hubbard que es un compendio de cinismo, falta de escrúpulos e inteligencia, una golosina para un veterano que exprime sus posibilidades.