Historia

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Nosotros los de entonces

La Razón
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He ido a la hemeroteca al cumplirse los treinta años de la asonada golpista y casi me da un síncope. Aquel 23 de febrero de 1981 yo tenía 28 años, un hijo de 21 meses y otro en camino. Había salido de casa bastante pronto porque tenía una cita en la sucursal de Caja Madrid de la calle Marqués de Urquijo de la capital. Tras muchos meses de intentarlo me habían concedido un crédito para comprar un piso y me sentía profundamente orgulloso. Tras firmar el papel que me acreditaba como beneficiario, me fui para la redacción de la radio donde trabajaba. Llegue pronto y esperé la hora de la comida en la que nos reuniríamos todos los que íbamos a participar en el programa especial. A partir de las cuatro y media de la tarde nos sentamos en el estudio de continuidad de la planta segunda de Gran Vía 32 José Joaquín Iriarte y un servidor, que era el encargado de conducir un programa que prometía ser un auténtico coñazo. Y lo fue hasta las 18 horas y 22 minutos. En ese momento el corresponsal parlamentario de la Cadena SER, Rafael Luis Díaz, informaba de que un teniente coronel de la Guardia Civil subía, pistola en mano, en el estrado del Congreso, apuntaba al presidente de la Cámara, Landelino Lavilla, y gritaba aquello de «quieto todo el mundo». Iriarte, un auténtico santo varón, me miró y dijo: «Un atentado». «No», respondí yo, «es un golpe de estado». Mi primer pensamiento fue que tenía bemoles que hubiera un golpe el día que me habían concedido el crédito para dejar de vivir de alquiler. Fue un pensamiento fugaz porque había que seguir hablando para nuestros oyentes, a los que les importaba una higa el asunto de mi crédito. Y seguimos hablando hasta el mediodía del 24 de febrero, cuando todo había terminado y Fernando Onega, director de informativos de la SER en aquel momento, terminó su comentario con un emocionante «buenos días, libertad». Han pasado treinta años y nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos que apostaron por la democracia. La vida nos ha llevado a cada uno a un sitio distinto, pero en lo esencial aún estamos juntos. Sobre todo los que pasamos tres meses de juicio en Campamento, en aquel Consejo de Guerra con ribetes zarzueleros, casi de sainete, pero que en aquel momento tenía un dramatismo imponente. Hoy quiero recordar a quienes compartieron conmigo aquellos 90 días terribles de insultos, empujones y miedo. El primero el maestro y compañero de páginas en LA RAZÓN, José Luis Martín Prieto. Sus crónicas de aquel juicio deberían ser asignatura obligada en las facultades de periodismo. José Luis Gutiérrez, Pilar Urbano, Antonio Jiménez, Pedro J. Ramírez, Miguel Ángel Aguilar... Y, en fin, un buen número de periodistas que fuimos testigos de aquellos momentos de incertidumbre y congoja, a los que hoy quiero rendir homenaje porque sus palabras fueron el cimiento de la libertad que hoy disfrutamos. Todos ellos, todos nosotros, seguimos pensando que sólo en democracia es posible la convivencia. Las nuevas generaciones tienen que saber que lo que hoy les parece lo normal, pudo no serlo si el Rey don Juan Carlos no hubiera sido entonces, como hoy, el primer demócrata de España.