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La necesidad

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Recuerdo que, cuando servidora era más chica y aún no se le habían descolgado las rodillas, insistía en llevar cosas ridículas. Caí varias veces, por ejemplo, en la trampa de hacerme permanentes para evitar el pelo fosco. Aquellas técnicas capilares no eran como las de ahora, ni aquellos bigudíes eran como los de hoy en día, así que el rizo te quedaba sumamente chiquitujo y abisinio. Para que lo de la permanente no quedara como una equivocación aislada, por encima de la frente me colocaba una cinta elástica de toalla blanca con la leyenda «I love Tina Turner». El espantajo resultante, sin embargo, no hacía mella en mi autoestima, porque yo me veía directamente como un injerto entre Eva Nasarre y Arantxa Sánchez Vicario y me quedaba tan pancha. Quién sabe si ya, por aquel entonces, cualquiera de las dos se hubiera cambiado por una mamarracha anónima. Estos días en los que la familia de la ex tenista y ella misma están pegando una campanada gorda, creo que esto de ser un o una don nadie tiene mogollón de ventajas. Esta guerra sin otro motivo que el dinero me temo que causa a estas alturas un montón de vergüenza ajena para los que asistimos alucinados a la verdadera miseria del éxito. Arantxa, con todo lo que la hemos admirado, está hoy más cerca de ser un juguete roto e inseguro que de aquella muchacha guerrera que nunca se daba por vencida, y su familia, más cerca de Ambiciones. Tampoco los espectadores nos salvamos. Una pena esta película de miedo donde las vísceras ya pueden a la intriga. No había necesidad de todo esto. O quizá sea esa la única razón: que la hay, y mucha.