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Lágrimas de campeón

La Razón
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Al público no le gusta ver la decadencia de los campeones. Aunque el recuerdo de los momentos gloriosos permanezca, con la esperanza de que vuelvan de pronto en un momento de renacer fugaz, soñando con un último golpe de magia retenida, la ilusión suele sucumbir ante el paso del tiempo y la pérdida inexorable de facultades. Tratando de recobrar emociones pasadas, se apoya al viejo boxeador que retorna al ring para ser vapuleado, al añejo pura sangre que se ve superado por nuevos potros, o al encanecido maestro que regresa a los ruedos para verse superado por los morlacos, sin poder evitar la humillante bofetada del presente y el peso traicionero de los años. Es triste ver a Lance Armstrong arrastrarse por las cuestas empinadas del Tour, o a Schumacher perdiendo gas sin brillo en los circuitos, y es ahí cuando se plantea el eterno dilema de saber retirarse a tiempo, en pleno fulgor de fama y condiciones, como ideal efecto de imagen. Mas ¡ay! No siempre es fácil, sobre todo cuando la fuerza de la afición supera al interés de la profesión. Cuando el campeón, más que contra otros, compite en soledad consigo mismo en el precipicio de la juventud perdida.Si Raúl hubiera acudido al mundial, probablemente habría celebrado el triunfo dibujando unas verónicas con la bandera de España. Tal vez Del Bosque debiera haberlo llevado, aun sin jugar, como homenaje a sus esfuerzos con la selección, sacando el pecho con orgullo al oír el himno hasta en los momentos más bajos. Pero los tiempos imponen la practicidad y las cuentas prosaicas superan a la lírica de los mitos. Es difícil calibrar el valor de los símbolos en la cuadriculada tiranía del negocio. De eso sabe bien Florentino Pérez, que tras unas floridas palabras por compromiso ha despedido al gran capitán, si no de una patada, abriéndole con gentileza la puerta trasera. Quizá al jugador le ha faltado la picardía de Butragueño para ganarse un sillón en la directiva. Le han podido las ganas de seguir persiguiendo al balón, aunque sea a bajo nivel en tierras extranjeras. No sabemos ni cuándo ni cómo volverá, con la frente marchita y las nieves del tiempo plateando su sien, o adivinando el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando su retorno. Por ahora, sin partido de homenaje, nos quedamos con sus lágrimas regando la línea del área perdida del Bernabéu. Pensando si en el fútbol existe justicia poética. Nostalgia de goles lejanos. Como contrapunto, tenemos a Guti, que se va tan contento a disfrutar de las delicias turcas. La noche de Madrid le echará tanto de menos como parte de la afición.