Santa Ana

OPINIÓN: «Amaos como yo os he amado»

La Razón
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Plaza de San Pedro. La Guardia Suiza espera la llegada, en visita oficial, de una reina. Ese mismo día la Madre Teresa se dirigía, con ese bolso de paja que la tapaba casi por completo, con su andar de pasos cortos, con su inconfundible cabizbaja figura, hacia la puerta de Santa Ana. Al percatarse de su presencia, el capitán de la Guardia Suiza dio las órdenes de rigor para que todos los guardias se volviesen y le rindiesen honores. Y dijo: «Estamos aquí para rendir honores a una reina; pero se ha adelantado la Reina de la Caridad». Ciertamente… aquella que consiguió hacer de uno de los lugares más infernales de la tierra la Ciudad de la Alegría ha sido la reina más rica y hermosa del mundo, la más querida, la más admirada. Ella, que se despojó absolutamente de todo, se hizo sensible al clamor silencioso de los más pobres entre los pobres. Y todo porque estaba absolutamente enamorada del «más bello de los hombres». Sus horas silenciosas de sagrario, su oración contemplativa ante Jesucristo Eucaristía, la habían convertido en amor hacia los últimos, y ya no sabía más que amar y amar sin medida: era la Reina del Amor, la Reina de la Caridad.
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor». De este modo comienza hoy el evangelio. Y más adelante nos exhorta Jesús: «Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado».
Dios es Amor y fuente del Amor. El amor no lo hacemos los hombres, mal que les pese a los que repiten en el cine y la música esta expresión; el amor no puede ser de origen humano puesto que, como frágiles y limitados que somos, no podríamos abarcar las dimensiones que lo caracterizan: incondicionalidad, fidelidad y radicalidad. «Dios es Amor» han sido las palabras escogidas con plena conciencia por Benedicto XVI para comenzar su primera encíclica, indicándonos la clave de la existencia humana: si Dios es Amor y es Creador, el hombre no puede sino ser fruto escogido del Amor de Dios, y por tanto ha sido creado por amor y para amar. Pero la expresión «Dios nos ama, Dios me ama», no es una frase hecha, es el núcleo de la Buena Noticia; una realidad y una experiencia que todo hombre puede hacer a diario; un don, un puro regalo de Dios, que culminó en Jesucristo.
«Amaos como yo os he amado», dijo Jesús a sus discípulos, y nos dice hoy, y siempre, a cada uno de nosotros. Pero amar no es cuestión de puños, de esfuerzos, de bravatas o heroísmos humanos. Sólo puede amar quien antes ha sido amado; sólo puede amar totalmente quien antes ha sido amado totalmente, sin medida, hasta dar la vida en la cruz. «Donde no hay amor, pon amor, y encontrarás amor», nos dejó dicho San Juan de la Cruz. Es el único modo de compensar -de algún modo y escasamente- la gratuidad del amor recibido. Y al final, «al atardecer de la vida, seremos examinado en el amor».

Luis Emilio Pascual
Capellán de la UCAM