Estocolmo

El asesino que surgió del frío

«Los noruegos no se van a dejar intimidar por unos ataques cuyo objetivo no es otro que sembrar el miedo y el pánico. El país debe mantenerse firme en la defensa de nuestros valores. Noruega es una sociedad abierta y tolerante». Con estas contundentes palabras, el primer ministro noruego, el laborista Jens Stoltenberg, ha respondido a la mayor tragedia que ha vivido el país desde la Segunda Guerra Mundial.

Noruegos consolándose unos a otros durante la Marcha de las Rosas celebrada el lunes en Oslo
Noruegos consolándose unos a otros durante la Marcha de las Rosas celebrada el lunes en Oslolarazon

Y es que el 22 de julio de 2011 trae a la memoria de la población noruega otra fatídica fecha de su historia, el 9 de abril de 1940, cuando las tropas nazis ocuparon su país con la intención de apoderarse de sus recursos y conseguir una salida al Atlántico Norte. Precisamente, uno de los líderes de la resistencia, el teniente Max Manus, es uno de los personajes más admirados por Anders Breivik, el responsable de la mayor matanza en suelo noruego desde 1945.

«Durante unas horas, ayer sentimos que Noruega estaba otra vez ocupada», afirmó en un artículo el diario «Dagbladet» para expresar la incredulidad y la incomprensión que inundan a los 4,8 millones de noruegos. ¿Cómo ha podido ocurrir aquí?, no deja de preguntarse una población acostumbrada a vivir en un próspero y pacífico país donde nunca pasa nada. Según el Global Terrorism Data, sólo una persona ha muerto en Noruega durante los últimos cuarenta años en acciones terroristas, entendidas éstas como bombas, secuestros y sabotajes. En cambio, Noruega es reconocida como el país que otorga cada mes de diciembre el Premio Nobel de la Paz y cuya diplomacia trabaja en los cinco continentes a favor de la resolución de conflictos. Así, por ejemplo, Oslo fue escenario en 1993 de las conversaciones secretas entre palestinos e israelíes que permitieron crear la Autoridad Nacional Palestina.

Pese al dolor, el ministro de Asuntos Exteriores, Jonas Gahr Store, ya ha advertido de que esta tragedia no va a modificar las líneas maestras de la diplomacia del país escandinavo. «Noruega siempre ha promovido valores como la democracia, la justicia y los derechos humanos con la intención de derrotar el extremismo y la intolerancia. Estas acciones no van a afectar a nuestra política, nuestros valores ni nuestro compromiso internacional», asegura. Pese a que los Servicios Secretos (PTS) estaban al tanto de las amenazas lanzadas por el integrismo islámico por la participación militar en Afganistán o la publicación de las caricaturas de Mahoma, nunca habrían vaticinado que su enemigo se encontraba en casa y era un islamófobo noruego de 32 años vinculado a grupos de ultraderecha. Breivik ha acabado con el sentimiento de seguridad del que disfrutaba la población.

La Policía noruega, compuesta por apenas 11.000 agentes, está más acostumbrado a conducir al calabozo a un borracho que arma mucho ruido en la calle que a hacer frente a un coche bomba o un tiroteo. Hasta hace una semana, los policías patrullaban sin portar armas. Los ciudadanos no cierran con llave sus casas y los buzones no tienen cerradura. Empresarios, políticos y celebridades suelen incluir en sus tarjetas su dirección y su teléfono privados y cualquier persona puede consultar en internet la declaración de la renta de su vecino. Pero la seguridad no es el único valor que ha atacado el autodenominado «Caballero Justiciero». La estrecha relación entre la población y sus políticos es algo muy arraigado en este y otros países nórdicos. Resulta algo cotidiano ver a ministros y diputados en la calle, montando en bicicleta o acudiendo a lugares públicos. Incluso la Familia Real se mueve con relativa libertad y sin estrictas medidas de seguridad. No sin cierta sorpresa algunos líderes extranjeros que visitaban al jefe de Gobierno noruego se sorprendían de la relajada seguridad que reinaba alrededor del edificio.

«Un antes y un después»
La facilidad con la que el terrorista colocó un coche bomba en pleno barrio gubernamental de Oslo, a escasos metros del despacho del primer ministro, y tiroteó durante una hora a los adolescentes de las juventudes laboristas en Utoeya han acabado para siempre con la inocencia noruega. Como admite Stoltenberg, «habrá un antes y un después de los atentados». Tal y como ocurrió en la vecina Suecia tras el asesinato de Olof Palme en pleno centro de Estocolmo en 1986 y de la ministra de Exteriores Anna Lindh en un centro comercial en 2003, Noruega ha descubierto ahora los límites de una sociedad abierta.

Los noruegos no han tenido que esperan mucho para ver cómo se ha reforzado la seguridad. Tras el doble atentado, los vecinos de Oslo vieron la insólita imagen de militares patrullando la capital. Además, el Ejecutivo ha decidido dotar a las Fuerzas de Seguridad con un centenar de agentes más y 2,6 millones de euros. La lenta actuación policial, que tardó una hora en detener a Breivik en Utoeya, ha recibido más críticas en el exterior que en la propia Noruega, donde la sociedad es consciente de que sus agentes no estaban preparados para una tragedia de esta magnitud. En todo caso, el Ejecutivo ha anunciado la apertura de una investigación independiente que analice el papel desempeñado por las Fuerzas de Seguridad.

Aunque la autoridades descartan por ahora que Breivik contara con cómplices para poner en práctica un plan que llevaba doce años gestando, sí reconocen que despreciaron la amenaza que representan los grupúsculos de extrema derecha noruegos, que han mostrado un bajo perfil los últimos años. En las elecciones de 2009, el partido neonazi Vigrid sólo cosechó 179 votos. En todo caso, aunque «lobo solitario», el ideario que Breivik dejó plasmado en «2083: una declaración europea de independencia», el delirante manifiesto que subió a la red horas antes de cometer el doble atentado, no surge de la nada. Durante la última década, Europa ha asistido al auge electoral de los movimientos xenófobos y populistas, aupados elección tras elección de la mano de la crisis económica y la creciente inmigración. Ni siquiera los países nórdicos, con su larga tradición de tolerancia e igualdad, han escapado a esta fiebre. Desde 2001 el Partido Popular Danés se ha convertido en apoyo parlamentario del Gobierno a cambio de restringir la llegada de inmigrantes. En septiembre pasado, los Demócratas Suecos entraron en el Parlamento bajo el lema «Suecia para los suecos» y el pasado abril los Verdaderos Finlandeses fueron el tercer partido más votado gracias a un mensaje antieruopeo y xenófobo.

Breivik militó hasta 2006 en el populista Partido del Progreso (FrP), el segundo más votado en Noruega tras obtener en las últimas elecciones el 22,9% de los votos (41 escaños). Su líder, Siv Jensen, entristecida por esta circunstancia, no se ha cansado de denunciar en el pasado la «islamización de Noruega». Con una tasa de paro de apenas el 3,5% y una renta per cápita de 62.000 euros, el país nórdico ha visto cómo la inmigración se ha doblado en quince años hasta alcanzar el 12% de la población. Sin embargo, como destaca Kari Helene Partapouli, del Centro contra el Racismo, «en Noruega no se plantea un gran debate sobre el fracaso del multiculturalismo, tal y como hemos visto en Dinamarca o Países Bajos». Precisamente, muchos analistas creen que el fanatismo de Breivik contra los musulmanes servirá para que los partidos eviten a todo costa azuzar el miedo a los inmigrantes. Ése es el mensaje de unidad que mostraron los noruegos en la Marcha de las Rosas que reunió el lunes a más de 150.000 personas en Oslo en recuerdo de las 76 víctimas de la locura de Breivik.