Cataluña

Elecciones con recorrido por José Clemente

La Razón
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Las elecciones autonómicas gallegas y vascas de mañana domingo y las que Cataluña celebrará el próximo 25 de noviembre vienen marcadas por el debate sobre el modelo de Estado que los nacionalistas de las regiones antes citadas han abierto con sus pretensiones de decidir sobre su futuro al margen de España, en sendos procesos de autodeterminación de consecuencias impredecibles para el conjunto de los ciudadanos de este país, incluidos ellos mismos. Nunca las aspiraciones políticas, por legítimas que fueran, y la economía, deben subirse al mismo autobús, máxime cuando algunas de esas autonomías, como es el caso de Cataluña, encabezan el déficit nacional y nos obligan a todos a esfuerzos complementarios para que esos españoles no queden abandonados y en la suerte de los especuladores que tratan de sacar tajada de las turbulencias económicas. Antes al contrario, un debate de esa naturaleza debería haberse producido en un mar de sentimientos calmados para que las incomprensiones fueran menores, porque en la actual situación se nos antoja más una provocación que algo nacido de una reflexión profunda y serena, un chantaje, más bien, cuando nadie en un lado u otro de la línea roja está en condiciones reales de aceptar lo que se puede entender y se plantea como un ultimátum.
Decía que las elecciones se contextualizan en el peor de los momentos para algo tan apasionante como trascendental para el devenir de España, que debiera hacernos reflexionar a todos en la búsqueda común de una salida a tan decimonónico problema. Pero no. Las cosas, y menos en política o interesada política, son cuando debieran. Más bien suelen suceder a contrapié, para coger el supuesto «enemigo» con la guardia baja o las tropas en la hora de la siesta, falto de reflejos y escasamente ágil. Pero qué más da. Cuando llegan hay que atenderlas como se merecen y en ello nos encontramos todos los españoles, y muy especialmente, gallegos y vascos, que hoy se recuperan en jornada de reflexión para mañana cumplir con ese sagrado día de la «fiesta de la democracia». Por eso no es mañana un día cualquiera, un domingo de otoño más, ni tampoco lo son esas elecciones en plena recesión económica y con los llamados soberanistas de retorno al monte. Lo que ocurra en Galicia y País Vasco tendrá consecuencias en la política nacional, primero porque nos permitirá evaluar el rechazo a la política de Rajoy en el culo de Feijóo, y, en segundo lugar, porque podremos visualizar anticipadamente el grado de deriva de los nacionalistas vascos sin tener que esperar a que a Mas se le ocurra convocar el referéndum independentista, cosa esta que podría producirse al final del proceso, es decir, de cara a las autonómicas de 2016, una vez que hubiera acabado con nuestra paciencia, capacidad de aguante y estuviéramos todos a esas alturas un poco locos, además de agotados y al borde de un ataque de nervios.
Pero veamos que puede suceder en ambas comunidades autónomas, donde ya les anticipo que los resultados serán de infarto pase lo que pase. Lo será en Galicia, porque la actual mayoría parlamentaria de Alberto Núñez Feijóo puede repetirse o no, y que sea una cosa u otra depende de bien poco. En las elecciones de 2009 el PP obtuvo 38 diputados, que es la mitad del parlamento gallego con 784.427 votos a favor, mientras que la suma de socialistas e independentistas del Bloque Nacionalista era de 795.200 votos, que por separado dio al PSG 25 diputados y otros 12 al BNG. Feijóo ganó con soltura y gobernó con buen tino, como lo indica el hecho de que su comunidad sea la menos endeudada de España y la que menos ajustes ha llevado a cabo en estos años de crisis. Pero las urnas suelen ser en ocasiones muy caprichosas y rebeldes con los partidos de gobierno, cosa que está en el haber de Feijóo, no tanto por la gobernación del candidato gallego, como por la de su jefe de filas y a la vez gallego, Mariano Rajoy. De ahí que los socialistas hayan puesto el dedo acusador más en éste último que no el primero, de quien los votantes se sienten satisfechos y con todas las posibilidades de repetir si no tuviera sobre él la pesada losa de la política del Gobierno central. Aún así, la holgada diferencia parlamentaria a favor de Feijóo no debería hacer peligrar su revalida para otros cuatro años, ya que todo apunta a que miles de votos del PSG emigren al Bloque con los que gobernaron tiempo atrás, como lo hizo el PSC de Montilla con ERC en Cataluña, unas alianzas contranatura que suelen pasar factura a los aparatos territoriales socialistas. Pero repito, de infarto será el recuento hasta que se confirme la tendencia mayoritaria hacia un lado u otro del escenario gallego.
El panorama vasco aparece mucho más nítido electoralmente hablando, pues nadie pone en duda que los nacionalistas serán los grandes triunfadores de la noche del domingo, hasta el extremo de que pudiera producirse incluso un empate técnico a 24 escaños entre moderados y radicales, es decir, entre el PNV de Iñigo Urkullu y la proetarra Euskal Herria Bildu de Laura Mintegi. Un empate con un resultado de 48 escaños, diez por encima de la mayoría absoluta. Otros sondeos apuntan a un crecimiento disparatado de EH Bildu hasta los 22 diputados y una holgada mayoría simple de 26-28 escaños para el PNV, lo que le obligaría a pactar para sacar adelante la gobernabilidad del País Vasco. Pero una alianza con EH Bildu es como jugar al póker con revólveres sobre la mesa, poco o nada recomendable para el PNV que sabe de la voracidad y exigencias del mundo batasuno, cuando lo que busca Urkullu es marcar su propio ritmo y estilo alejado de las locuras de ese mundo. La novedad en el País Vasco, como también lo será en Cataluña dentro de un mes, es el papel creciente del PP de Antonio Basagoiti y de Alicia Sánchez-Camacho, en sus respectivas comunidades, donde los sondeos pronostican excelentes resultados aunque muy alejados de la posible gobernabilidad. En el caso vasco, el PP obtuvo en 2009 cerca de 150.000 votos y 13 escaños, lo que permitió gobernar al PSE de Patxi López que no tuvo el acierto de revertir la situación hegemónica de los nacionalistas para afianzar un auténtico proyecto de libertades y respeto en el País Vasco. Pero no se puede pedir a nadie aquello de lo que es incapaz o va en su ADN, que es lo que parece. El PSOE ha reforzado las posiciones de los nacionalistas radicales por el sólo afán de gobernar. Lo hizo en Galicia con el BNG, y lo repitió en Cataluña con ERC. Ambos socios le sacaron los ojos y ahora le dan la espalda. Sin embargo, el PSE de Patxi López ha contado una única vez con el apoyo del PP en el País Vasco y para lo único que le ha servido, pese a las advertencias de Basagoiti, es para ensanchar aún más el mapa electoral de los radicales, como ha hecho a cinco días de que se abrieran las urnas al declararse primero a favor de la independencia y, horas después, decir que no era el camino. Pero ya sabemos, los melifluos siempre engrandecen a los malos.