Líbano

Asad no quiere testigos del horror

El régimen sirio recrudece la represión en Homs con ataques selectivos dirigidos a los periodistas

Asad no quiere testigos del horror
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Dos periodistas occidentales perdían la vida ayer en Siria en un ataque del Ejército del presidente, Bachar Al Asad, sobre el barrio de Baba Amru, en la ciudad de Homs, bombardeada de forma indiscriminada y continua desde hace diecinueve días. En este caso, parece que el ataque fue premeditado contra un centro de prensa que la oposición había instalado en la zona, sobre el que cayeron más de diez cohetes, matando a la veterana corresponsal de guerra Marie Colvin y al joven Remi Ochlik, además de otros activistas que trabajan desde allí contando la realidad de la guerra siria.

Sólo pocas horas antes de morir, Colvin compartía su desesperación en un foro online privado para periodistas: «Es enfermizo lo que ocurre aquí», decía, y pedía a los compañeros que hiciéramos lo posible para difundir, por todos los medios, el sufrimiento de Baba Amru y su gente. «He visto a un niño morir», contaba Colvin a la cadena británica BBC, quitándose protagonismo y sintiéndose «impotente» por no poder hacer nada. «No entiendo cómo el mundo puede quedarse mirando, y eso que yo debería de tener ya una coraza a estas alturas», lamentaba Colvin, de 55 años, que había cubierto los conflictos de Kosovo, Chechenia, y perdido un ojo en Sri Lanka en 2001.

Un galardonado fotógrafo
Por su parte, Remi Ochlik tenía tan sólo 28 años, pero ya había ganado un premio World Press Photo 2012 por su trabajo en la guerra de Libia, el año pasado. Sus cuerpos seguían anoche en Homs, pero estaban intentando ser evacuados con la mediación de varios países y ONG. Después de conocerse la trágica noticia, el Gobierno sirio decía que no sabía que los dos reporteros se encontraban en el país, y advertía a aquellos que estén en su territorio de forma ilegal de que se acerquen a una oficina de inmigración. Siria siempre ha sido un país muy restrictivo con la prensa, extranjera y local, y desde el comienzo de la revolución lo ha sido aún más, porque el régimen no quiere que haya testigos de la represión contra la población civil, ni que se le conceda voz a los opositores y se alimente la revuelta, como ocurrió en Egipto y Libia.

Pero esto no ha detenido a los reporteros a la hora de intentar entrar en Siria e informar, tanto de forma clandestina a través de la frontera con Turquía o Líbano –tal y como habían alcanzado Homs los dos periodistas fallecidos– como con el permiso oficial del régimen, que recientemente ha permitido el acceso de los periodistas a Damasco por la presión internacional. En la capital, donde estuvo esta corresponsal a principios de mes, todavía no hay una guerra abierta como en Homs, pero el control del régimen es estricto para evitar que se pueda acceder a una realidad que es cada vez más innegable.

Gracias a la ayuda de unos valientes activistas, esta periodista pudo salir de la capital para ser testigo de cómo viven en los suburbios de Damasco, donde la población está siendo castigada por haber apoyado las protestas. En la localidad de Duma, una anciana, en cuya casa segura pasé la noche, resumió de forma clara y sencilla lo que era esta guerra. «Ya no puedo salir al balcón a tomar el aire por miedo a los disparos de los francotiradores», me dijo con mirada triste. La mujer no entendía o no quería hablar de política, pero ésa es la vida diaria de millones de sirios desde hace once meses. Después de haber salido de Siria, supe que uno de mis contactos en Damasco tuvo que cambiar de domicilio «para no tener problemas». Puede que el «mujabarat», los Servicios Secretos del régimen, hubieran estado espiando nuestras llamadas, nuestros correos electrónicos y nuestros movimientos. Ese control te cohíbe a la hora de trabajar, que es al final el objetivo del Gobierno. La paranoia se apodera de uno: tienes miedo por tu vida, pero sobre todo por la de tus contactos, por esos ciudadanos que te miran con ojos piadosos y asustados cuando les haces preguntas y no pueden contestarlas por temor a las represalias. Esos opositores que se juegan la vida para que seas testigo de la Siria «libre», donde ya la gente no tiene miedo a hablar. Pero este terror produce un efecto opuesto. Tras la muerte del francés Gilles Jacquier, muchos periodistas han querido alcazar la ciudad, y algunos no han podido finalmente salir.

Francesca Cicardi estuvo en Siria como enviada especial de LA RAZÓN del 1 al 15 de febrero