Sevilla

OPINIÓN: Nostalgia de Romero

La Razón
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Por la radio se escuchó aquella noticia que cayó como un jarro de agua fría. Curro Romero, el Faraón de Camas, decía adiós a los ruedos tras cuarenta y dos temporadas ininterrumpidas. Hace justamente diez años que Curro se fue, y Sevilla tiene nostalgia de Romero… Ha pasado una década sin poder contar aquellos sesenta y tres pasos y medio que daba en su paseíllo sobre el albero maestrante. Dos lustros sin la verónica eterna, sin el natural, el remate ceñido o el desplante que hacía poner de pie a todo el tendido. Icono de la ciudad, el diestro sevillano se fue como los grandes, en silencio, inesperadamente, sin anunciar su retirada, sin notoriedad alguna ni exclusivas. Académico de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, Curro sigue siendo como un semidiós, una persona sencilla que la gente saluda de manera reverencial, y sus fotos adornan las paredes de bares, restaurantes y tabernas junto a otras del Gran Poder o de la Macarena. Artista sublime, acompañado por una legión de partidarios incondicionales, una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía definió el currismo como toda una filosofía, como «un sentimiento que es indudable y notoriamente altruista en favor del diestro, arraigado y profundo como el que más, creador de una ilusión permanente, de una esperanza incondicional y de una forma de entender la vida». Inmortalizado en una estatua junto a la plaza de toros, La Maestranza seguirá añorando el duende de su capote, la magia inexplicable de su muleta. Huérfana de duende y de torería, Sevilla tiene –diez años después– nostalgia del que siempre será su torero, de la grandeza de una leyenda, de un mito: Curro Romero.