Literatura

Kiev

Un Quijote del siglo XX por Juan Mayorga

La Razón
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Se dice que las últimas palabras de Mijail Bulgakov fueron: «¡Don Quijote! ¡Don Quijote!». Cierto o no, sí lo es que hay algo profundamente quijotesco en la personalidad del gran escritor de Kiev, así como que se reconoce un fondo moral típicamente cervantino en la mirada con que observó a los hombres de su tiempo. Con quijotesca audacia, Bulgakov salió al paso del omnímodo régimen estalinista. A él opuso la única arma de que disponía: una pluma extraordinariamente facultada para la sátira, la cual era concebida por Bulgakov como incursión del artista en zonas que le eran prohibidas. Su pieza teatral «La isla púrpura» y su novela corta «Corazón de perro» son ejemplos magistrales de ese talento que supo descubrir los aspectos más ridículos de una sociedad cuyos rectores aspiraban, costase lo que costase, a crear un hombre nuevo. Bulgakov recibió trato de traidor por atreverse a escribir como si el comunismo no hubiese mejorado a la gente. Una revolución socialista digna de tal nombre habría ganado para sí la fantasía crítica de Bulgakov. Sin embargo, quien había sido un novelista y dramaturgo de éxito vio cómo la publicación y la puesta en escena de sus obras eran rigurosamente prohibidas y cómo se le apartaba de la sociedad a la que quería ser útil. Pese a todo, ignorando si lo que escribía estaba condenado de antemano, fue capaz de esa proeza del espíritu titulada «El maestro y Margarita». Bulgakov murió sin saber si su monumental novela, que se cuenta entre lo más valioso que nos legó el siglo XX, llegaría un día a algún lector.

En esa extraordinaria narración, Bulgakov imagina al demonio –que ha tomado el nombre de Voland y en cuya sombra se deja reconocer la de Stalin– moviéndose por Moscú. Si el argumento del relato puede hacer pensar en Vélez de Guevara y su diablo cojuelo, su sentido moral a mí me conduce a Cervantes. Bulgakov –quien fue, como Chejov, médico, y por tanto pudo observar muy de cerca al pequeño ser humano en sus sombras y en sus luces– presenta a los moscovitas de un modo que me hace recordar aquel momento del «Coloquio de los perros» en que Cipión enseña a Berganza que, cuando se critica, hay que morder sin hacer sangre. O, dicho de otro modo, que hay que evitar ensañarse, preservando siempre la dignidad del criticado. «Morder sin hacer sangre» podría ser el lema de una mirada al tiempo crítica y compasiva. Un lema cervantino que también pudo haberlo sido de quien, en su última hora, en el Moscú de Stalin, se acordó del caballero de la triste figura.

Juan Mayorga
Dramaturgo, autor, entre otras muchas obras, de «Cartas de amor a Stalin», un drama protagonizado por Mijail Bulgakov