Cuba

La cocina de Raúl

La Razón
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Cincuenta años después, Bahía de Cochinos (Playa Girón para los cubanos) no pasa de ser un recuerdo fugaz en los diarios, la evocación de aquel fiasco de la CIA que hirió de muerte la presidencia de John F. Kennedy. En Cuba, sin embargo, Playa Girón sigue ocurriendo a diario porque en Cuba las efemérides abren el telediario. Ni un solo día afloja el gobierno en el adoctrinamiento de la población combatiente, urgida a arrodillarse ante el santoral laico de los héroes de la revolución y a seguir engordando el ego del viejo Fidel, el líder que dice aprovechar los recesos del VI Congreso del Partido «para consumir algún portador energético de procedencia agrícola». He aquí el rey del lenguaje burocrático y la frase larga. Leer el Granma estos días, cuando el partido único finge debatir su futuro, produce una mezcla de decepción y melancolía. Miente el órgano oficial al proclamar la «admiración» internacional por Cuba. De los 54 mensajes de felicitación que Raúl dice haber recibido sólo dos proceden de otros gobiernos: Hugo Chávez y Daniel Ortega, los cómplices últimos. Cuesta entender la admiración viendo la descripción que hacen los propios delegados del país que habitan. Declaran la imperiosa necesidad de actualizar «los servicios de mantenimiento de los equipos eléctricos de cocción», es decir, la reparación de las cocinas eléctricas. Setenta mil equipos están averiados y no hay repuestos. Lamentan la falta de motivación para el desempeño de oficios básicos como la albañilería y la escasa oferta de materiales de construcción que hace imposible reformar las viviendas. Urgen a «liberar» la venta de queroseno, a autorizar la compraventa de casas, de coches, a legalizar los trabajadores por cuenta propia. A esto le llama Raúl «garantizar la irreversibilidad del socialismo y superar el sistema capitalista». Los regímenes dictatoriales presumen siempre de estar inventando sistemas nunca antes vistos. Envuelven en coartadas falsas sus rectificaciones históricas y llaman «evolución ideológica» al oportunismo. Mientras Fidel (84 años) se entrega a la impostura sugiriendo a su hermano que excluya de los puestos dirigentes a quienes, por su edad, ya no puedan prestar servicio –«me asombra la preparación de la nueva generación», dice–, Raúl (79 años) lamenta que no haya sustitutos preparados con suficiente experiencia y madurez. Una coña marinera en boca de este chaval que llegó al poder, de la mano de Fidel, con veintiocho años y que se ha demostrado, en los últimos cincuenta y dos, tan alérgico a la libertad como su hermano. Estoy por darle la razón al octogenario en una cosa: la nueva generación está llamada a cambiar todo lo que debe ser cambiado. Empezando por el castrismo y su legado. Se irán los dos hermanos a la tumba sabiendo –porque lo saben– que el socialismo «a la cubana» no es en modo alguno irreversible y que su régimen ha sido un fracaso. La revolución tuvo un sentido. La mascarada que vino luego ha sido un desperdicio histórico para los cubanos.