Estocolmo

El síndrome de Estocolmo

La Razón
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Hay que reconocer que algo tiene la plebeyez que le pone a la sangre azul. Ya quedan lejos aquellos tiempos de escándalo y romanticismo cuando el hermoso príncipe de Gales renunció al trono por aquella señora (¿O quizás era un señor?) Wallis Simpson. Luego hay que reconocer la labor de pioneras a la hora de pasarse la nobleza por el forro de las princesas de Mónaco, primero Carolina llevándose al altar al play boy Phillipe Junot, superada luego por los romances macarras de su hermana Estefanía, capaz de liarse con su guardaespaldas como con un español domador de fieras entre otros chulazos de pro. Hay quien piensa que algo de eso tiene la princesa Victoria, una especie de síndrome de Estocolmo que le ha llevado a enredarse por proximidad con su entrenador personal hasta llegar a bodorrio. Cuando se habló de que podía ser candidata a princesa de España, yo comenté que me parecía más guapa cuando era anoréxica que después, cuando se puso como una morsa. Luego se ha quedado en un término medio de vikinga con buenas carnes cuyo mérito deberemos atribuir al «personal trainer» y afortunado novio Daniel Westling, al que ya le están dando clases apresuradas de protocolo. De la piscina al tronoPor otro lado, cuentan que su hermana Magdalena anda por ahí perdida tras la ruptura con su novio, y el joven Carlos Felipe extraviándose en ligues con maturrangas. Yo, que los vi empinando alegremente el codo a altas horas de la madrugada en un «after» canalla de Madrid antes de la boda de Letizia, podría asegurar que acudirán. ¡Ay si a Victoria la hubiera pillado hace años Alfredo Landa, cuando perseguía a las suecas! Podría haber llegado desde la piscina al trono.