Benedicto XVI

Los señores del incienso

En la Catedral de Santiago todo está preparado para recibir al Santo Padre. El Botafumeiro, símbolo indiscutible de Compostela, espera colgado de unas poleas de la Catedral, a la altura adecuada, para ser balanceado en presencia del Papa

Armando Raposo, jefe de los tiraboleiros, ayer en la última misa del peregrino antes de la llegada del Papa
Armando Raposo, jefe de los tiraboleiros, ayer en la última misa del peregrino antes de la llegada del Papalarazon

También sus tiraboleiros, los ocho hombres que hacen volar sobre la cabeza de obispos, sacerdotes y peregrinos el recipiente de fuego y humo. Ayer, LA RAZÓN contempló el último vuelo del enorme incensario, antes de la llegada del sucesor de Pedro, en la Misa del Peregrino.

El olor del incienso empapa el templo de inmediato. Con su perfume y el humo que desprende, refleja las buenas oraciones que ascienden a Dios. La liturgia católica recurre al salmo 140 cuando quiere visualizar la oración que el hombre dirige a Dios: «Suba mi oración como incienso en tu presencia». Fue uno de los presentes que los tres Reyes Magos de Oriente llevaron a Jesús según cita el Nuevo Testamento «por ser Dios». Durante la Edad Media, el Botafumeiro de la Catedral de Santiago se utilizaba para perfumar el ambiente dada la confluencia de peregrinos que incluso dormían en la Catedral. Hoy el Botafumeiro contará con un incienso especial traído de Perú, uno de los más aromáticos e idéntico al que se utilizaba antiguamente.

Armando Raposo, responsable de los tiraboleiros, lleva 50 años haciendo volar el incensario más grande del mundo. Todo un arte de poleas, cuerdas y sincronización. Empezó en la Catedral en el año santo de 1948. Ahora es el «seleccionador», como se define con simpatía, y se encarga de «fichar» y entrenar a los tiraboleiros, palabra proveniente del latín que significa «lanzador de fuego». Habla con orgullo de «los muchachos» que componen «el equipo». Tres trabajan en el museo, otros tres son de la sacristía y «el otro es mi hijo Julio y yo», cuenta. Aunque son diez, «dejo siempre dos descansando». Los ocho que tirarán de las cuerdas hoy tienen de 30 a 65 años. «Yo soy el mayor, pero todos son veteranos, saben muy bien cómo tirar».

El momento clave llegará cuando Raposo baje el Botafumeiro para ponerlo a funcionar. Cuatro son los que bajan la cuerda que tiene el peso, y «se quita la alcachofa y se ata el Botafumeiro a una cierta altura para que lo pueda parar». A continuación, se sitúan los ocho tiraboleiros juntos al lado del botafumeiro en la vertical de la cuerda y una vez que el obispo echa tres o cuatro cucharaditas del incienso en el carbón, se cierra y Raposo le da el primer impulso. Sobre ese primer impulso todo es coordinación. Ocho ramales de cuerdas pequeñas y una maroma, que es la principal y se cambió hace dos meses serán tiradas por los ocho «elegidos».

Que no se empiece a torcer
«Todos no tiran de igual manera, por eso lo importante no es la fuerza sino seguir el compás. En el momento en el que nos falle uno el Botafumeiro se empieza a torcer y no lleva su aire. Ése es el peligro». «Una, una, una», así sincronizará el ritmo el jefe de los tiraboleiros, palabra que pronunciará de 17 a 20 veces, todos tirarán a la vez. «Hacemos el movimiento, casi llegando con la rodilla al suelo, todos muy bien acompasados hasta que veo que el Botafumeiro llega en 80 segundos de bombeo a una cierta altura (20 metros), casi tropezando con las bóvedas, es entonces cuando se cierra la tanda con «última». En ese momento «nos quedamos todos derechos, hasta que viene descendiendo, como a unos 5 metros de la vertical y una vez que lo paro, quedamos todos en el sitio hasta el fin de la ceremonia».

El Botafumeiro, de latón plateado, ha sido restaurado no hace mucho porque tenía abolladuras. Mide 1,5 de alto, y está decorado con los símbolos de Santiago. Reposa el resto del año en la sala capitular del museo, en un soporte de hierro forjado retorcido con sus conchas, sus cruces… y queda allí hasta que se produzca una nueva petición.

Raposo apenas recuerda accidentes en los años que él lo ha manejado. «Las cuerdas no se escapan nunca. Sólo recuerdo dos accidentes leves. Uno tuvo lugar el día del Apóstol, cuando a uno de los acólitos (ahora son monaguillos) le mandaron buscar del altar mayor algo desde la sacristía, cruzó por delante cuando estaba empezando a funcionar y le golpeó. No iba rápido y sólo se rompió unas costillas. En otra ocasión, un grupo de alemanes solicitó el incensario y estaban mirando hacia las poleas. En ese momento el Botafumeiro rozó la nariz desde la frente a la barbilla a uno. Pero muy pocas cosas han pasado.

Benedicto XVI lo verá por primera vez en directo: «No sé cómo lo hará el Santo Padre, le va a pasar a metro y medio, no sé si bajará la mirada, pero que no tema, lo tenemos todo controlado».