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Japón

La Razón
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El tremendo terremoto y posterior tsunami que asolaba Japón el pasado viernes nos ha devuelto a todos a las pocas cosas que en esta vida merecen la pena, por encima de disputas internas o enfrentamientos antidiluvianos. La capacidad de sufrimiento y el ejemplo del pueblo japonés nos dejan un retazo del verdadero fondo que tienen que tener las cuestiones vitales.

Japón, con su manera de afrontar este zarpazo de la naturaleza, se ha convertido en una referencia obligada para todas las sociedades occidentales inmersas como estamos en un consumismo galopante, pendientes más de lo accesorio que de lo realmente importante. Japón ha tenido su 11-M, una fecha ya marcada para siempre por el sufrimiento, por el drama y por la tristeza.

Japón nos ha dejado en nuestro sitio. En ocasiones como ésta, en desgracias como la que hemos seguido todos con el corazón encogido, caemos en la cuenta de que muchas veces lo que tenemos entre manos son cuestiones menores, sin ningún calado y con una relevancia intrascendente. Japón debería provocar, sin ir más lejos, en nuestra clase política una reacción de cambio, de rectificación y muy especialmente de magnanimidad. Hay muy pocas cosas que merecen la pena, y nuestros políticos deberían ser conscientes de ello dejando de lado el lamentable espectáculo que muchas veces los ciudadanos estamos obligados a presenciar.

Además, el pueblo japonés, que ha manifestado unas maneras y unas formas intachables, también debería convertirse en un ejemplo para todos. En un momento de máxima gravedad, con unas carencias absolutas en los productos de primera necesidad, con un peligro constante ante el futuro de algunas centrales nucleares y con la posibilidad permanente de nuevos terremotos y tsunamis, los japoneses han ofrecido una actitud de integridad, de seriedad y de tranquilidad que ya la quisiéramos muchos para nosotros mismos y para todo nuestro entorno.

Japón, un pueblo sufrido y sufridor, donde la historia ha dejado huellas de errores y de certezas, y que ha pagado con creces el dolor y la tragedia vuelve a recordar las páginas más duras y más crueles de su pasado. Pero esta vez Japón y los japoneses, lejos de convertirse en algo repudiado, han protagonizado un capítulo edificador y asombroso para la sociedad moderna.

Cuando todo el mundo mira y remira hacia este archipiélago asiático, entre el asombro y el pavor, los japoneses han dejado claro que no es más rico el que más tiene, simplemente es más rico el que menos necesita. Una lección única e irrepetible, en un ambiente de capitalismo feroz, de obsesión congénita por la riqueza y con una dosis generaliza de consumismo que asusta al más avezado experto.

Japón, enredado desde hace años en una permanente crisis económica, nos ha enseñado que además de la política doméstica hay cosas más importantes. Y, en esta ocasión, tenemos todos la obligación de mirarnos, como en un espejo, en el pueblo japonés. Una simple mirada nos va a servir para aprender muchas cosas. Creo que demasiadas cosas.